Poniéndonos en situación
Para empezar a tratar los derechos de las personas menores de 18 años, os propongo que cada una, que cada uno, se ponga en situación fijándose en cómo se ve, se siente a sí mismo como persona con derechos, preguntándose qué necesita para que su vida sea más digna y justa.
Os invito a tomar como punto de partida una historia que creo puede ayudarnos a adentrarnos en el tema de los derechos de la infancia con curiosidad y con ganas de saber, de aportar nuestros propios conocimientos, reflexiones y experiencias. Y es que no debemos olvidar que todos estamos construyendo un discurso y una práctica en este tema tan apasionante y relativamente nuevo (la Convención sobre los Derechos del Niño surgió a finales del siglo pasado). además, vosotras y vosotros tenéis la suerte añadida de hacerlo acompañando a los protagonistas, a las personas que más saben de aquello que necesitan y quieren.
La historia empieza así...
"Una noche de vacaciones, después de contemplar una hermosa puesta de sol en el faro del Cabo de Gata, regresaba a casa con unas amigas cuando, todavía arrulladas por el atardecer, tuvimos que despertar en seco al chocar con la realidad. Un ciclista se había metido en la carretera comarcal por la que circulábamos, siendo arrollado por un coche que iba en la dirección contraria a la nuestra. Por suerte, tanto el ciclista como el coche iban a muy poca velocidad y no pasó de un gran susto y una bicicleta inservible. Como nos ocurre a todos en casos imprevistos, cada uno reaccionó como pudo. El atropellado pudo levantarse, llevando su bici hasta la cuneta. Allí, un hombre y yo misma intentábamos ver sus posibles lesiones, calmarle y ver cómo ayudarle. Otra amiga hablaba con el dueño del vehículo que estaba desesperado ante lo que había pasado. No habían pasado ni dos minutos desde el inicio del accidente y nuevos actores, en aquella carretera nada iluminada, salieron a escena. Un hombre de origen magrebí intentó convencer al ciclista, también del mismo origen, de que no intentase irse pero el aludido, en un estado etílico importante, lo máximo que atinaba a decir era “está bien, ya voy” y así hizo ante una caravana de coches que esperaba poder volver a circular con normalidad. Yo salí tras él y le detuve, le “obligué a volver a la cuneta” e intenté convencerle de que se estuviese quieto, pensé que un hombre marroquí no iba a dejarse ayudar por una mujer y pedí al hombre de antes que le explicase otra vez lo erróneo de su actitud. Esa era una parte de la escena, hay que imaginar al resto y todo lo que pasó con el barullo de ideas que surgieron a la vez, el caos en la organización y la poca implicación que queríamos tener los allí presentes (ayudar pero pringarse hasta el final…). Que si era mejor dejarle ir, que si alguien podía llevarle a su casa (¿viviría en el pueblo más cercano o en las casas abandonadas que había dispersas entre los invernaderos?). Que si esperábamos a la guardia civil… Entre tanto, unos hombres magrebís que se bajaron de un coche, lograron convencer al ciclista que se quedase quieto en la cuneta, mientras nos explicaban al resto que era inútil, que mañana volvería a hacer lo mismo, que no le conocían, que era un irresponsable y podía meter a gente en un apuro.., aún así seguimos cuidando del protagonista principal (no olvidemos al conductor del vehículo) le acomodábamos para que no se dejase la cabeza en plena carretera, sujetándole y arropándole mientras el conductor sobre el que el ciclista “se había arrojado” llamaba a la guardia civil. En un momento dado, decidimos que la situación estaba controlada (mientras el conductor exclamaba "pero alguien se quedará conmigo, ¿no?”) y que era el momento de irnos.
Nos fuimos del lugar, pero nuestras cabezas siguieron allí. ¿Teníamos derecho a intentar impedir que un hombre, aún en su estado, hiciese lo que quería? ¿Teníamos que haberle dejado ir? ¿Si venía la guardia civil, le detendría y perdería su trabajo en los invernaderos? ¿Por qué sabiendo que los trabajadores de los invernaderos se trasladaban a pie o en bicicleta no ponían un espacio para caminar a los lados de la carretera? ¿Por qué no la iluminaban? ¿Qué derechos se les respetaba a esos hombres? ¿Hasta dónde llegaba nuestra responsabilidad como ciudadanas de auxiliar tanto al ciclista como al conductor del coche? Y de esta pregunta volvíamos otra vez a la primera ¿Teníamos derecho a intentar imp...? ¿...? ¿...? ¿...?
Este avispero de preguntas zumbando en nuestra cabeza no encontró salida. Esa noche, el ciclista, invadió el camino de nuestros sueños."
/ ... /
Seguramente os estaréis preguntando a qué viene la historia de este hombre cuando lo que se supone que vamos a tratar es sobre los derechos de las personas menores de 18 años. Bien como he dicho al principio, la idea no es otra sino empezar a tratar el tema de los derechos de la infancia intentando “colocar el chip”, "mirándonos hacia adentro". Preguntándonos sobre nuestras necesidades e intereses y los del resto de personas adultas podremos llegar a percibir los derechos de las niñas, de los niños o de los jóvenes, igual que los derechos del resto de seres humanos en cuestiones tan básicas como: ¿
Tengo en cuenta la opinión de un niño igual que la de un adulto? ¿Escucho las aportaciones de una joven con 16 años igual que las que puede hacer una mujer de 61? Independientemente que algunos derechos traten más específicamente sobre la infancia, es importante que de vez en cuando nos hagamos las mismas preguntas sobre la infancia y el colectivo adulto para no olvidar que en cualquier caso, estamos hablando de personas, ni más ni menos, ni "mayor-es", ni "menor-es".
En definitiva, se trata de buscar medios que nos ayuden a ser más conscientes de nuestra relación con personas menores de 18 años en:
- La corresponsabilidad para salvaguardar sus derechos.
- El acompañamiento a las niñas, niños o jóvenes en el conocimiento y ejercicio de los mismos.
- En convivir realmente con personas menores de 18 años, aprovechando lo que podemos aprender de ellos, decidiendo juntos cuestiones que atañen a todo el grupo (familia, grupo de ocio, comunidad...), disfrutando juntos y....
- En saber definir nuestra responsabilidad de opinar y/o, decidir y/o hacer con o sin ellos en las cuestiones que les afectan (recordamos que hablamos de personas de cero a 18 años)
Vamos a terminar esta invitación a despertar con todos los sentidos bien abiertos con unas preguntas de andar por casa, por la calle, por internet...:
- ¿Cómo reaccionaría si el kioskero me diese una torta por haberle tirado al suelo 10 ejemplares de “construye la Capilla Sixtina con 1000 palillos”?
- ¿Cómo reaccionaría tu hija si la pegas a ella por lo mismo?
- ¿Qué haría en la cola del "super" si un señor se pone a gritar al cajero por no ir a 100 por hora?
- ¿Qué haría un chaval si ve a un colega gritando a su hermano pequeño por no ir más rápido al cole?
- ¿Qué le diría a un amigo que “por mi bien” pone mi nombre y mi foto en un chat para que me relacione más?
- ¿Qué le diría mi sobrina de 14 años a su padre si “por su bien” se mete en su messenger y le dice a una amiga suya que no le escriba más?
No os preocupéis por buscar las respuestas ahora, seguro que os asaltan sin previo aviso cuando menos lo esperéis. Como en los planos de carretera donde te recomiendan hacer una parada para descansar, creo que ya toca levantarse a picar unas patatas antes de meternos en el meollo de la cuestión.
Foto: Sandis Helvigs


