¿Quieres venir a Varsovia conmigo?

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¿Quieres venir a Varsovia conmigo?

Publicado por rocio_dreamcatcher el 05/06/2016 · Categorías: Creación, Libros, Escribir, Nostalgia

Este es un final alternativo para el primer libro de la "Trilogía Getafe", escrito por Lorenzo Silva. El libro se llama Algún día, cuando pueda llevarte a Varsovia.

Escribí este final hace algo más de un año. Lo leyó el mismísimo escritor del libro original, y le gustó bastante. Lo subo ahora por razones que explicaré en el siguiente post.

No importa demasiado si no habéis leído el libro.

Aquella era la segunda vez que navegaba por mar en mi vida. Y, al igual que la primera, aunque por motivos totalmente distintos, los nervios me corroían por dentro.

Mi padre, nada más llegar de nuevo a Polonia, a principios de abril, me nombró capitán definitivo del barco. Recordaba perfectamente sus palabras, a pesar del paso de los años.

Andrezj, a partir de ahora, tú serás el capitán de cada barco que navegues. Pero, hijo mío, serías un inepto si pensaras que solamente me refiero a los barcos que se manejan con timón y viajan a través de agua. Hablo de algo mucho más grande, mucho más importante. Hablo de la vida. De cada travesía que tengas que superar. De cada tormenta, de cada problema, de cada batalla. No debes naufragar, hijo. No digo que no debas cometer errores, pues son inevitables, y necesarios. Solo digo que no dejes que te venzan. No debes rendirte. Y nunca, nunca… incumplas una promesa. Esa es la regla más importante de todo marinero.

Por eso, y sobre todo, por la última parte, era la razón por la que podía ver en el horizonte un comienzo las costas de Galicia, en aquellos momentos.

- Andrezj, Andrezj, ¡estamos llegando!- gritaba Jak, emocionado.

- Lo sé…- sonreí ligeramente mientras el viento me daba de golpe en la cara-. ¡Chicos, bajad las velas, pronto llegaremos a puerto!

Juan Utrera me esperaba en el puerto. Él había sido el primer español que conocí. Nació en Cádiz, que está en el sur, pero había viajado a Galicia para recibirme personalmente. Él, aparte de enseñarme español, hizo que pudiera quedarme en España por una temporada, y vivir una de las mejores experiencias de mi vida.

El día 23 de abril de 1999, volvió a hacerme otro gran favor.

Varios minutos después, apeamos en el puerto de La Coruña. Juan nos recibió con una sonrisa, y me estrechó la mano.

- Has crecido, Andrés.

Me quedé unas décimas de segundo sin saber qué responder a eso. ¿Gracias?

- Bueno, si usted lo dice…- acabé por contestarle.

- Créeme. Y te lo he dicho mil veces, ¡no me llames de usted!

Reímos. Lo bueno de los grandes amigos, es que no importan los años que pasen sin poder hablar. Cuando se encuentran, es como si hubiera pasado un solo día. Todo sigue igual.

Aunque, claro está, con Laura no pasaría lo mismo.

Aún recordaba sus ojos, mirándome con admiración el día de su decimoquinto cumpleaños. Recordaba con claridad ese último beso repentino en la mejilla, que me hizo sentir tanto. Recuerdo el tacto de su cintura, o de la tela de la parte de la camiseta que cubría su cintura, cuando bailamos por primera y última vez aquella canción. Era tan hermosa…

Hasta ese momento no me había dado cuenta de hasta qué punto deseaba verla de nuevo.

Los dos años en los que estuve en Polonia de nuevo había estado ahorrando todo el dinero posible para poder cumplir mi promesa. Volver a España y hacer que ella viniera a Varsovia, conmigo. Porque eso es lo que más me gustaría. Compartir mi mundo con ella, al igual que ella compartió el suyo conmigo cuando nadie más lo hizo.

Mis compañeros se iban a quedar por el norte. Decían que querían ser “conquistados” por una española, tal y como a mí me había conquistado Laura. Utilizaban bien el humor negro, a decir verdad. Aunque yo… realmente sentía algo más fuerte por Laura. Algo que, seguro, no todo el mundo llega a sentir a lo largo de su vida.

Yo tenía que ir en coche hasta Getafe. Me había asegurado de que ella seguía viviendo exactamente en el mismo lugar que hace dos años. Todo estaba en orden, por suerte.

Un hombre llamado Ángel estaba encargado de llevarme. El trayecto duró seis horas. No hablé apenas con él, pero no era incómodo, porque él estaba ensimismado en su mundo, y yo en el mío.

No sabía qué iba a decirle. No tenía nada preparado. Bueno, supuse, las palabras saldrían solas. Sin embargo, cuando tan solo quedaban unos kilómetros para llegar a Getafe, estaba bastante asustado.

Intenté tranquilizarme, haciendo esfuerzos para respirar normalmente. Me crují los nudillos de las manos y me desordené el pelo. Escuché una vez más una de las canciones que le regalé a Laura en su cumpleaños, en la cinta, hace dos años.

Al llegar a Getafe, tuve que darle a Ángel algunas indicaciones para llegar a la calle de Laura. Me dijo que cuando quisiera que me llevara de vuelta a mí y a mi “compañera”, sólo tenía que llamarle por teléfono.

- Creo que no tengo su número, señor- dije, con la voz ya temblorosa.

Me tendió una tarjeta.

- Buena suerte.

- Gracias- acerté a decir.

Salí del coche y me encaminé hacia el que, por un tiempo, había sido mi portal. Llamé a su telefonillo. Contestó su hermano pequeño.

- ¿QUIÉN EEEEEEEES?

- S-soy…- recordé que mi hermana me había pedido que le diera recuerdos al pequeñajo-. Soy el hermano de tu amada polonia- intenté reprimir una carcajada-. ¿Podrías decirle a tu hermana que baje, por favor? Pero no le digas quien es.

- ¡OH! ¡SABÍA QUE….!- era un niño muy inteligente, y en seguida se dio cuenta de que Laura podría sospechar de algo si seguía hablando-. Ahora la aviso- pasaron unos segundos, que se me hicieron eternos. Estaba temblando, y no podía parar de morderme las uñas. Laura estaba ahí, ahí mismo, iba a bajar en escasos minutos, íbamos a vernos por fin… Oí un abrir y cerrar de puertas a través del telefonillo que hizo que un escalofrío recorriera mi columna vertebral-. Ya baja. Cambio y corto.

Reí un poco y me puse en frente de la puerta, sonriendo como un idiota. Tras sesenta y siete segundos, la puerta del ascensor se abrió y por ella salió Laura.

Sus ojos se iluminaron al verme. Y mis ojos, estoy seguro, también se iluminaron. Estaba… era… absolutamente… increíble.

Había crecido. Estaba más hermosa aún que antes, si cabe. Y esa sonrisa, no solo de sus labios, si no de sus ojos, de su rostro entero, hacía que cualquier persona pudiera sucumbir a sus encantos.

En menos de dos segundos ella estaba entre mis brazos, que la estrechaban contra mí con mucha fuerza, como si todavía no se creyeran del todo que ella fuera real. Tantas veces imaginé este momento… pero sin duda, la realidad superaba a la ficción con creces.