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Labor

Publicado por 🌷fairy 🌷 el 03/01/2025

Labour

En la quietud de la madrugada, cuando el mundo aún dormía bajo el peso de su insomnio colectivo, el cuerpo de la mujer comenzó a reclamar lo que el tiempo le debía. No fue un grito, ni una súplica; fue un murmullo profundo, un susurro de las entrañas del ser, donde lo femenino y lo ancestral convergen. En su piel, los rastros de siglos de espera se hallaban escritos en tinta invisible, y sin embargo, nadie parecía leerlos.

El laborar de la mujer no es solo físico; es un ejercicio espiritual, una danza que empieza en el suspiro y termina en la creación. Las manos, esas que durante generaciones fueron concebidas para el sacrificio y el servicio, ahora se alzan como arquitectas de su propio destino. Cada gesto es un acto de resistencia, cada movimiento una revolución sutil que, aunque invisibilizada por la historia, deja marcas indelebles en el aire. La labor de la mujer es un eco, resonando en las paredes de la casa, en los campos, en las fábricas, en las palabras calladas que habitan su mente.

¿Quién dijo que el trabajo de la mujer es sencillo? Nadie entendió nunca que el trabajo que ella ejerce es doble, triple, en una espiral de demandas ajenas y deseos postergados. Mientras las horas se estiran como hilos de lana, ella teje su existencia, entrelazando deberes impuestos y sueños marginados, luchando contra un sistema que, con sus reglas férreas y su moral patriarcal, la ha condenado a ser la sombra del hombre, su sombra, mientras le arrebata la luz.

Sin embargo, la mujer se resiste a ser solo sombra. Su labor no se mide en las horas que pasa en los márgenes, en la invisibilidad de su entrega. No. Su labor es alfarera del alma, forjadora de sentidos, creadora de mundos que trascienden lo visible. Ella no es solo la que da vida, sino la que da sentido. En cada palabra que pronuncia, en cada paso que da, siembra una semilla que, aunque invisible a los ojos, crece en la fertilidad de la conciencia colectiva.

Y cuando se le exige que se desgaste, que se funde en el sacrificio sin esperanza de recompensa, ella guarda silencio. No por miedo, sino por sabiduría. Sabe que el verdadero trabajo no es aquel que se ve, sino el que se lleva en el alma. La mujer, hija de la tierra y de las estrellas, sabe que su verdadera labor no está en lo que hace, sino en lo que es. Su ser es un faro, su cuerpo, un templo; su espíritu, una fuerza que no puede ser doblegada.

Porque el trabajo de la mujer, aunque siempre sometido, siempre exigido, siempre mirado con recelo, es el trabajo de la creación misma. No hay nada más subversivo que su resistencia, nada más radical que su capacidad de seguir, de persistir, de transformar en cada paso la opresión en libertad. Y así, entre sombras y luces, entre gritos ahogados y silencios fértiles, ella sigue laborando, erigiendo con sus manos lo que el mundo jamás pudo destruir: su autonomía, su esencia, su revolución infinita.

Al final, no es el cuerpo el que carga el peso de la labor, sino la mente. Porque, al igual que el trabajo de las estrellas, que ilumina sin pedírselo, el trabajo de la mujer trasciende lo físico y se vuelve eterno.