¿Inmortal?
« ¿Y si te dijera que tienes la posibilidad de convertirte en inmortal? ¿No te gustaría vivir para siempre en una eterna juventud?»
Pero la cobardía me venció. No, no quería. Tampoco quería morir. Tenía miedo a ser inmortal y tenía miedo a morir. Era el miedo personificado. El miedo me alimentaba, me daba la vida. Me recordaba en cada maldito instante que si moría no habría marcha atrás. Podía elegir vivir para siempre, pero en ese caso tampoco habría modo de cambiar de idea.
¿Ser inmortal?
Rehusé.
¿Ver pasar años, siglos, milenios ante mis ojos?
Me negué.
¿Llegar al ocaso del mundo, verlo desaparecer y seguir viviendo eternamente en la nada?
Antes morir. Y eso elegí.
Tenía miedo a envejecer, a perder mi tiempo mientras podía disfrutarlo para terminar viendo mi cuerpo convertido en una flor marchita que terminara reducida a un puñado de hojas secas y grisáceas. Puede que sí hubiese escogido la eterna juventud, pero el trato incluía todo. O todo o nada.
No era capaz de sobrevivir a absolutamente todas las personas a las que más quería. Ver cómo, una tras otra, igual que si se hubieran puesto en fila, sufrían, morían y me veían vivir solamente a mí. Encontrar a nuevas personas, de nuevo encariñarme con ellas, forjar amistades y, una vez más, verlas oxidarse y morir, generaciones y generaciones. Amar a miles, a todos los que quisiera. Que pasaran sus vidas conmigo, hasta verles envejecer.
¿No es egoísta? Mantenerte en tu bella juventud mientras sientes cómo el amor de tu vida decae hasta reducirse a nada. Volverte a enamorar, y entrar en un infinito. Pero en ese infinito estás solo. Nadie te reconocerá, no serás importante, por muchos conocimientos que adquieras y muchas personas que conozcan. Puede que en un momento te hagas famoso, pero, mil años después, ¿quién sabrá tu nombre? Solo tú lo recordarás en tanto tiempo, a no ser que te llames Alejandro Magno o Cleopatra.
Probablemente llegaría a ser la persona que más supiera del mundo. Pero ¿de verdad querría serlo? ¿De verdad todo ese saber me haría la vida fácil? Recuerda, hay cosas que es mejor no saber. ¿Podría entonces volver a dormir con tranquilidad?
Decidí que no merecía la pena. Tal vez existiera la reencarnación. Tal vez mi alma inmortal podría ir a un lugar mejor. O, tal vez, después de mi muerte no quedaría más que un cuerpo que acabaría siendo pasto del tiempo. También tenía miedo de comprobarlo. O de caer en el olvido. Al fin y al cabo, cuando no quede nadie, ¿quién va a recordarte justamente a ti, aparte de tú mismo? ¿No querrías, al menos, tener ese privilegio? ¿Para qué? ¿Para echar de menos un mundo que, a pesar de estar corrompido por mi propia raza, seguía siendo hermoso a mis ojos?
Echar de menos lo que sabía que jamás volvería, ese sentimiento reinaría en mi vida. ¿Acaso era tan idiota como para querer eso?
Rechacé la oferta.
No pasó demasiado tiempo. La Muerte vino a por mí. No era como la pintan en las películas. Ni calavera ni guadaña. Solo una sombra, que me sujetó con manos reconfortantes. Y ahora puedo ser yo quien haga la pregunta.
¿De verdad quieres vivir para siempre?
«I am the sand in the bottom half of the hourglass»



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