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Welcome to the black parade.

Dos. Despierta. [Warwick, 1414]

Publicado por stark el 08/12/2014 · Categorías: Creación, Warwick 1414

Capítulo uno.

 

Eh, Panda, ¿qué haces? Vamos, sal de ahí. No deberías estar en el agua, ese no es tu lugar. Con la de cosas que podrías estar haciendo ahora mismo, y mírate. Dejándote a ti misma en ridículo. Que te despiertes y salgas, maldita sea.

Algo dentro de mí me lo ha pedido, sea lo que sea, obedezco. Entreabro los ojos con precaución, y veo manchas azuladas y verdosas. El fondo del río, aunque no es muy profundo, se ve oscuro. Hay piedras por todas partes, algunas cubiertas de verde. Manoteo para subir a la superficie y, una vez que tengo la cabeza fuera y he conseguido respirar, me sacudo las manos y me las paso por los ojos. Mis pestañas están empapadas de agua, y dificultan mi vista aún más que la miopía. Cuando consigo ver mejor a mi alrededor, diviso a lo lejos algo flotando: unas gafas enormes, de pasta negra, esas que mi madre odia porque me ocultan parte de la cara. Mis segundos ojos. El gorro no flota lejos. Guardo las gafas dentro de él, aunque los dos están completamente mojados, y comienzo a nadar hacia la orilla, cosa que se complica por culpa de mi ropa mojada. Eso me pasa por vestir como una cebolla, como dice mi madre.

Adri y Ulises no están. No hay nadie cerca. ¿Y si se me ha llevado la corriente? No, no tiene sentido, es un río. Un simple río. Me dejo caer sobre el césped de la orilla, aunque no lo recordaba tan descuidado y grisáceo. Tengo frío, estoy casi tiritando, y eso que acabo de salir. Me quito la sudadera y la camisa de cuadros que llevaba atada a la cintura y las estrujo, haciendo que caiga no poca agua. Después, hago lo mismo con el gorro y los bajos de mi camiseta de My Chemical Romance. ¿Es buena idea quitarme las zapatillas? Me da igual, con tal de no helarme los pies. De nuevo, elimino toda el agua posible de mis calcetines y dejo las deportivas boca abajo.

Termino sentada, casi tumbada, en la orilla. Mi pelo está hecho una pena, me da miedo mirarlo. Espero que el tinte no se haya ido demasiado, porque tengo la sensación de haber pasado mucho rato bajo el agua. Pero si hubiera sido así, habría perdido el conocimiento y me habría ahogado. No pienso en ello, simplemente me alegro de que no me duela la nuca. Cuando decido que me he secado lo suficiente como para que no se me transparente la ropa, limpio las gafas con el borde de mi camiseta y me las pongo. Oh, por fin vuelvo a ver en condiciones. Es entonces cuando me acuerdo de que todavía tengo la mochila ahí, sin tocarla. Solo se ha mojado por fuera y, desde luego, el plástico feo que la cubría ha sido el primero en secarse. ¿Cómo ha hecho mi madre para tener la idea de la mochila impermeable? Tengo ahí mi móvil, la consola, sendos cargadores y mis libros. Y comida. Te quiero, mamá.

-¿S-se puede saber quién sois? –pregunta una voz tímida a mis espaldas, en un inglés que no entendería si no hubiera visto Juego de Tronos en versión original.

Pego un salto del susto. Llevo unos diez minutos sentada tranquilamente, y era lo último que me esperaba. Me giro y miro a quien me ha hablado con los ojos muy abiertos. Es un niño de unos ocho años, con unos enormes ojos azules, el pelo castaño y rizado y una expresión preocupada, como si yo fuera a hacerle daño. Va vestido con un disfraz parecido al de los actores que se encargan de las animaciones aquí, con las rodillas de sus pantalones de un tejido al que no sé poner nombre manchadas de barro. Pero es un niño, ¿qué hace solo y vestido así? No he visto a un solo niño en el castillo que no estuviera de excursión, y, desde luego, no creo que sea un actor.

-Esto… Pandora, llámame Panda. –Mejor esperaré a que coja confianza, porque parece realmente asustado; y después le preguntaré quién es él.

Me mira con el ceño fruncido.

-Mentira. Ese nombre no existe, nunca lo he oído. ¡Mentirosa!

No consigo evitar sonreír al ver cómo se enfurruña. Me recuerda a mi primo León cuando no quiero jugar con él.

-¿Y porque no lo hayas oído significa que no exista? Hay muchas cosas que no sabemos ni conocemos pero ahí están. ¿No crees que sé bien cómo me llamo?

-¡Que no os riáis! –Esta vez me contesta indignado, con los brazos en jarras, lo que hace que me ponga en pie, solo por el gusto de que se asuste al comprobar que soy más alta que él. Pero no se asusta-. Mujer tonta –me mira arrugando la nariz. ¿De verdad me ha llamado mujer? No sabía que fuera tan madura.

-Gracias, hombre –esto hace que de nuevo entre en cólera y me grite.

-¡No habléis así a Barrett Bramlett! –Otra risita se me escapa al escuchar el pareado que forma su nombre, y con qué fuerza pronuncia este. Se me queda mirando, en silencio, junto con las cosas que hay tiradas alrededor de mí-. ¿Qué clase de ropajes son esos? ¡Parecéis un bufón!

Mis ganas de llamarle maleducado crecen conforme su mirada me escudriña, pero prefiero no entrar al trapo con un niño. Tranquila, Panda, eres una persona madura.

-My Chemical Romance, enano. Música de la buena. –Decido que es un buen momento para la pregunta que me llevo haciendo desde que me habló-. Oye, Barrett, ¿y tus padres?

Su expresión extrañada pasa en un momento a otra de superioridad.

-Mis padres son Lord Reginald y Lady Rowena, condes de Stratford y señores de Warwick, los mejores del mundo.

Ah, entonces sí que forma parte del espectáculo. Debe de ser el hijo de alguno de los actores. Y ha dicho que su apellido era Bramlett, lo que me recuerda a la familia de la que hablaba la guía.

-O sea que tú también eres actor. ¿Te has perdido, o algo? No hay nadie más por aquí.

-¿Cómo que actor? ¿Acaso me comparáis con tal oficio? Y obviamente no estoy perdido, conozco los dominios de mi señor padre tan bien como la palma de mi mano.

Se mete tan bien en el papel que da gusto. Pero yo necesito saber dónde está mi clase, y no puedo seguir perdiendo tiempo con el niño.

-Oye, actúas muy bien, felicidades. Pero necesito saber si has visto a un grupo de turistas españoles que vinieron esta mañana, todos de mi edad.

-¿Españoles? ¡La cocinera de mi castillo es española! Cocina mejor que la que había antes, pero habla con un acento gracioso, como tú.

Ignoro su comentario hacia mi acento.

-Está bien, pues volvamos al castillo. Acompáñame, ¿vale? –No me gustaría que le pasara algo, aunque se ve que se maneja muy bien en este lugar.

Comienzo a recoger mis cosas, me echo la camisa, que está casi seca, por encima de los hombros, y llevo colgados del brazo la sudadera y la mochila. Me pongo el gorro para no perderlo y me calzo. De nuevo, se me queda mirando.

-Deberíais enseñar a coser a mis hermanas. Incluso a mi madre, sí.

Vale, esto ya empieza a desconcertarme. ¿Tan bien conoce este niño la forma de vida medieval? Ni siquiera yo interpretando un papel me meto tanto en él.

-Eh…no, no lo he cosido yo, ya me gustaría. ¿Y tus hermanas? ¿Puedo conocerlas?

-Mis hermanas son unas idiotas. Pero os las presentaré si son vuestros deseos.

Asiento y le sigo hacia el castillo. Por el camino, me limito a observar el paisaje. Es como si en un momento todo el mundo se hubiera ido, las casetas hubieran sido recogidas y un tornado hubiera borrado la fiesta y la música de laúdes de los alrededores. Una hipótesis cruza mi mente. ¿Y si he perdido el conocimiento y estoy soñando? Ahora mismo me estará reanimando un equipo de Urgencias. Tendría sentido que esto fuera solo mi imaginación, pero por más que me pellizco no funciona. Es más, siento el dolor punzante que han causado mis uñas pintadas de morado. Y este niño…es demasiado real. De momento, disfrutaré de mi sueño, hasta que me saquen de él o me hagan el boca a boca. No creo que Adri sea capaz de hacerlo, aunque sea socorrista. Me tendré que conformar con algún sanitario. Qué remedio.

-Oye, Barrett, sé que sonará extraño, pero… ¿quién es el rey de Inglaterra? –sería demasiado raro preguntar en qué año estamos, y puede que no lo sepa.

-¿El rey? Pues quién va a ser, su gloriosa majestad, Enrique V.

Ah. Enrique V. Como la obra de Shakespeare. Osea que estamos en el siglo XV. En guerra con los franceses, la Guerra de los Cien Años. Chachi.

Me siento como en uno de esos videojuegos en los que, dependiendo de tu respuesta, te llevarán a un final bueno o malo. No creo que importe mucho en este sueño, pero, como no sé cuánto va a durar, prefiero el final bueno. Tendré que dar explicaciones e inventar rápidamente una historia.

-Esto… Verás, es que llevo unos años sin venir por aquí. He estado en…el lejano Oriente, por eso llevo estas ropas tan extrañas. El barco de mi padre llegó a Bristol y…bueno, he decidido venir por aquí, sí. Por eso estoy un poco perdida.

-¿Habéis viajado sola desde Bristol? ¿Dónde está Bristol?–suena escéptico y a la vez asombrado.

No creo que una chica viajando desde Bristol sin nadie que la acompañara fuera a sobrevivir en el siglo XV. Mi madre es de Bristol. Ha sido la primera ciudad con puerto que se me ha ocurrido.

-No, no… venía con mi padre, es comerciante, ¿sabes? Pero se ha…cansado del mar, así que ahora está recorriendo Inglaterra. Bristol está al sur, cerca de Gales.

Asiente, con las cejas aún arqueadas. A lo lejos, delante del castillo, se ve a un hombre corpulento levantando una y otra vez cacharros de metal que parecen muy pesados. ¿Está haciendo pesas?

-¡Weland! –Barrett corre hacia él, con expresión animada. ¿Será algún caballero de la corte?

Avanzo hacia ellos, hasta que puedo ver mejor al de las pesas. Vale, no es tan mayor. No debe de pasar los veinte años. Su pelo es rubio claro, muy claro. Tiene los ojos del mismo azul que Barrett, pero son más pequeños y me miran de reojo, entornados. Frunce el ceño. Aunque no estoy demasiado cerca, puedo ver que es mucho más alto que yo, y que las pesas no las hace precisamente una vez a la semana. Su cuerpo musculoso está cubierto por una túnica color arcilla con los bajos manchados, que le cubre hasta las rodillas y marca su fibroso torso. Vamos, que está mazado. Eva se moriría si estuviera aquí.

Barrett me señala una y otra vez, susurrando cosas al tal Weland. Me quedo mirándoles sin disimulo, plantada en el patio como un pasmarote. Tengo miedo de que sea alguien importante y me recrimine hablarle, o yo qué sé.

-¡Milady! –Es él quien se acerca a mí. Me mira bajando mucho la cabeza (es más alto de lo que parecía de lejos) y toma mi mano con delicadeza para besarla. Oh, no, etiqueta medieval, horrible-. Mi hermano pequeño me ha dicho que no recuerda vuestro nombre, si sois tan amable de…

Barrett le tira del brazo, chistándole, avergonzado, lo que me saca una sonrisilla.

-¡Sí que lo recuerdo! ¡Es que es muy raro! Pan…Pantera…

-Pandora Nieves Owen. Pero todo el mundo me llama Panda -sonrío educadamente. La cara de Weland me dice que él tampoco conoce el nombre, así que hago otra aclaración-. Es un nombre griego. La Eva de la Grecia Clásica. Mi padre es español, y he estado unos años en Oriente -se me queda mirando como si esperara a algo. Por si acaso, hago una reverencia que consiste en flexionar un poco las rodillas y bajar la cabeza-. E-encantada de conoceros.

-Así que del Oriente, ¿eh? Interesante. Permitidme que me presente, yo soy Weland Bramlett, tercer hijo de los condes de Warwick, para serviros.

Nunca pensé que fuera a sufrir tal contusión cerebral que me causara sueños tan raros y surrealistas. Ahora puede que esté en Urgencias. Debe ser grave.

 

Capítulo tres.

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