Días de Sal y Fuego: Segundo capítulo
📘 Capítulo 2: El chico de la moto
No lo vi durante el resto del día.
Ni en la cena, ni en el salón, ni siquiera cuando subí las escaleras con mis cosas para instalarme en la habitación que, según mamá, tenía "las mejores vistas de la casa".
No me importaban las vistas.
Me importaba que el ambiente era tan silencioso que hasta mis pensamientos hacían eco. Había algo incómodo en esa casa perfecta.
Como si todos estuviéramos fingiendo una felicidad que no sentíamos.
—¿Te gusta la habitación? —preguntó Leo, el marido de mi madre, mientras apoyaba la mano en el marco de la puerta.
—Sí. Gracias —mentí.
Era amable. Demasiado amable. Como si intentara ganarse mi confianza a base de sonrisas y frases suaves. Pero yo no confiaba en la gente que no mostraba ni una arruga de verdad en la cara.
—Elías está… pasando por cosas —dijo de pronto—. No te lo tomes como algo personal si no te habla mucho.
No dije nada. Solo asentí y me tumbé en la cama en cuanto se fue.
Pasaron las horas y la noche llegó. Me puse unos pantalones cortos y una sudadera, bajé descalza a la cocina por agua. El silencio era tan profundo que cada paso sonaba como un trueno.
Hasta que lo vi en el jardín.
Elías.
Estaba en la piscina, flotando sobre una colchoneta, con los ojos cerrados y los auriculares puestos. La luna le iluminaba el cuerpo mojado y los tatuajes del brazo brillaban como tinta mágica.
Me quedé mirándolo unos segundos. Algo en él me atraía… pero también me advertía.
—¿Vas a seguir espiándome o vas a saludar? —dijo de repente, sin abrir los ojos.
Me sobresalté.
—No te estaba espiando —mentí.
—Claro —dijo, ahora abriendo los ojos y sentándose en la colchoneta—. Solo estabas ahí, en la oscuridad, mirándome respirar.
—Solo bajé por agua.
—Y yo solo estoy nadando. Pero parece que nos molesta existir.
Esa frase me picó. Mucho.
—¿Siempre eres así de desagradable o solo cuando conoces a tu nueva hermanastra?
Elías sonrió, pero no fue una sonrisa amable. Fue una de esas que llevan veneno.
—No eres mi hermana. Ni siquiera familia. No te confundas.
Me quedé helada. No por sus palabras. Sino por el tono en el que las dijo. Como si doler fuera su idioma.
—Perfecto —le respondí con una sonrisa falsa—. Entonces no tengo que fingir que me caes bien.
Le di la espalda y volví a subir.
Pero mientras caminaba por el pasillo, me di cuenta de que algo había cambiado en mí.
Él me molestaba. Me irritaba. Me sacaba
de quicio.
Y aún así… quería volver a hablar con él.



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