Tormentas de Otoño: Cuarto capítulo
📘 Capítulo 4: Lo que nadie ve
Las cicatrices más profundas son las que no se ven.
Y Elías… tenía demasiadas.
Una tarde, mientras hacíamos deberes en su cuarto, se quedó mirando la pared sin decir nada. De pronto, se levantó, caminó hasta el armario y sacó una caja de metal.
La puso sobre la cama y me la acercó sin hablar.
La abrí despacio.
Había fotos. Dibujos arrugados. Un mechón de pelo atado con una goma. Y una carta escrita con una caligrafía pequeña y temblorosa.
—Es de mi madre —susurró—. La última que me dejó antes de irse.
Me quedé congelada.
—¿Antes de morir?
—No. Antes de desaparecer.
Me giré hacia él. Sus ojos no lloraban, pero su voz sí.
—Tenía siete años. Se fue una noche. Me dejó la carta, esta caja… y nada más. Nadie supo a dónde. Ni por qué. Solo… desapareció.
Me acerqué y lo abracé.
Fuerte.
Con todo.
—No te merecías eso —le dije, temblando.
—Nadie lo sabe. Nadie lo ve. Me miran como si fuera el chico fuerte, el que no siente nada. Pero por dentro… a veces me rompo.
—Y si te rompes, aquí estoy yo para recoger los pedazos.
Él me miró como si fuera la primera vez que alguien le decía eso.
Y en sus ojos oscuros, por fin… vi un poco de luz.



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