Se hace camino al andar
Aún recuerdo cuando salí de aquel túnel. Me dieron un saco muy ligero y me ordenaron que lo llevase hasta el final del camino que se extendía frente a mí en el horizonte. Pensé que sería pan comido, el camino era liso y recto, y la bolsa no pesaba más de un cuarto de kilo. Pobre de mí, pues no podría haber estar más lejos de la realidad. ¿Cuándo se iba a acabar el dichoso sendero? Andaba y andaba, y así pasaron los años. Era difícil darse cuenta, pero el saco se había ido incrementado notablemente en tamaño y peso. Además, habían aparecido por el camino unas piedras medianas que hacían del caminar algo más complicado. Poco a poco, fueron surgiendo otras personas que también cargaban con ellas sacos. Algunos de estos sacos les superaban en tamaño, hasta triplicar o cuadruplicar su figura. Unos cuantos individuos caminaban como si tuviesen delante piedras enormes por todas partes y les costase mucho caminar, aunque yo sinceramente no veía nada. Seguramente exageraban. En algunas ocasiones incluso había gente que me ayudaba a soportar mi peso, aunque a veces el suyo era bastante más grande, pero yo no me daba cuenta. También llegué a ver personas que se dedicaban en cuerpo y alma a que a los demás se les cayera el saco, mientras que otros se subían a la espalda de sus compañeros para que se les hiciese más llevadero el camino.
Y así pasó el tiempo, y siguió pasando. Me fijé en que mi saco era notablemente más grande que el de algunos otros individuos que llevaban más tiempo allí. Y yo no era la única… ¿Por qué? Al menos aún había gente que estaba dispuesta a compartir mi peso, y yo también lo estaba a compartir el suyo. Y así, pude seguir caminando. ¿Pero qué estaba pasando con las piedras del sendero? Eran ya de un tamaño considerable, y estaba claro que dificultaban el avance. Y, aun así, había personas que atravesaban las rocas como si fuesen humo. Pero yo no podía. Me miraban como si estuviese loca o algo peor, y procuraban mantenerse lo más lejos posible de mí. Otras pocas decidían ayudarme a cruzar, aun si bien ellos eran incapaces de verlas, podían escucharme decirles dónde se encontraban y cómo eran para poder echarme una mano a sortearlas. Aún con esta ayuda, en ocasiones me caí. Las primeras veces me limpié el polvo y las heridas y seguí caminando. Pero llegó un punto en el que no me quise levantar, así que me salí del camino y me recosté contra un árbol. Pero la gente me acabó arrastrando de vuelta al sendero, porque uno no puede simplemente dejar de caminar, ¿verdad?
Han pasado ya muchos años, y el terreno, además de su irregularidad, se ha empezado a inclinar. El avanzar se ha vuelto algo muy difícil, pero a veces se te olvida el cansancio mientras hablas con los demás. El tiempo me ha otorgado experiencia y dureza. Ya no me caigo tan fácilmente, ya sé cómo levantarme. Pero no puedo aguantar el peso por toda la eternidad, y es algo de lo que soy consciente a estas alturas de la vida. Mis músculos están cansados y gastados, mis huesos, roídos, y mi mente, exhausta. Por más que quiero, no puedo caminar más. Así que hago un último esfuerzo y entro por el túnel del final del camino.
Ya no hay saco. No hay nadie. No hay nada.
(La foto del post pertenece a juliajm15, si os gusta la imágen os podéis pasar por su Deviantart a echar un vistazo)



Comentarios
partysummer - hace más de 9 años
Espectacular!!!
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