El Sicario.
¡Hola a todos!
Mañana tengo examen de matemáticas y debería estar estudiando como una loca, pero hace mucho que no escribo un post, y tengo ganas de subir algo que he estado escribiendo.
No os voy a mentir. Es un trabajo de clase xd. Pero me gusta tanto cómo ha quedado que he visto necesario que vosotros lo leáis.
Se trata de un relato (cómo noooo) en el que la profe nos daba un comienzo, y nosotros teníamos que continuarlo. El límite eran 1000 palabras. Al final conseguí hacerlo de 961, si no me equivoco.
La parte en negrita es la base que nos dio la profesora. Lo demás es todo Made in Ro.
¡Que os guste!
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Hubo presagios funestos desde el principio.
Lo primero, yo no quería hacer un trabajo en la Posada de la Misión. Y en la suite nupcial, además, precisamente en esa habitación, mi habitación. Mala suerte, peor que mala, pensé.
Desde luego, mi jefe, el Hombre Justo, no tenía forma de saber, cuando me asignó el encargo, que la Posada de la Misión era el lugar adonde iba cuando no quería ser yo, cuando no quería ser su sicario.
Empujé la puerta de mi habitación con el pie. Rechinó de una forma que se asemejaba a un gemido de dolor humano. Me estremecí, pero seguí mi camino. Di un paso adelante y oí cómo la puerta se cerraba a mis espaldas. Las ventanas estaban abiertas, y las cortinas, viejas y roídas por las polillas, se agitaban lentamente, al son de la brisa que se filtraba por ellas.
Un escalofrío volvió a recorrer mi cuerpo, pero caminé sin vacilaciones hasta la puerta del dormitorio principal. Estaba cerrada, naturalmente. Suspiré durante unos instantes. Me encaminé al cuarto de baño en busca de una horquilla del pelo, o algo que me sirviera para abrir el pequeño cerrojo que me separaba de mi objetivo. Rebusqué lo más silenciosamente que pude entre los neceseres y bolsas de aseo colocados alrededor del lavabo hasta dar con una que me podía servir. Volví a la puerta del dormitorio, y en menos de cuarenta y cinco segundos estaba abierta.
La mujer que me había criado durante los veinte años que llevaba con vida se hallaba dormida sobre la cama. Ni siquiera la había deshecho antes de acostarse, y estaba durmiendo con ropa de calle. No pude reprimir las enormes ganas de llorar que me entraron en ese momento. Traté de calmarme, y tomé asiento en la silla que había en una de las esquinas del pequeño cuarto. Agaché la cabeza y dirigí la mirada hacia mis zapatos. Tenía que dejar la mente en blanco, tenía que ser imparcial. Pero me resultaba imposible hacer tal cosa.
Suspiré de nuevo. Me incorporé y tiré de mis pantalones hacia arriba, ajustándomelos. Si ahora Valeria se despertase, probablemente se reiría y me preguntaría que qué hago así vestido. Tragué saliva al darme cuenta de que no volvería a oír su risa nunca más. Me aproximé a la cama, e hice de tripas corazón para ser capaz de sacar la jeringuilla de mi bolsillo trasero.
Me arrodillé ante ella. Con la mano izquierda, cogí de la forma más delicada que pude su brazo y le di la vuelta, dejando el antebrazo a la vista. Acaricié su piel unos segundos. Humedecí mis labios con la lengua y dejé un beso en su muñeca. Luego le inyecté todo el oxigeno que me fue posible coger en su arterial humeral.
Valeria abrió los ojos un momento, en medio de un súbito espasmo, y su última respiración. Después, noté cómo todo su cuerpo se relajaba hasta quedar inerte. Sentí cómo se hacía más pequeña, y me dispuse a cerrar sus ojos con los dedos.
La abracé con toda la fuerza que pude. Comencé a gritar, rompí con mis propias manos cada uno de los muebles del dormitorio. No me sentía satisfecho con ello. Me miré al espejo después de haberle pegado un puñetazo. Mi reflejo se veía distorsionado, como si yo fuera un monstruo en vez de una persona real. Así era exactamente como me sentía.
El Hombre Justo me había ordenado matar a Valeria porque dirigía una red de venta de drogas, una de las más prestigiosas y mejor tapadas del país. Y ese es el tipo de cosas que no le gustan al Hombre Justo. Pensó que matándola a ella acabaría con todo lo demás, que ese entramado negocio acabaría cayendo por su propio peso. Pero ella siempre ha sido muy inteligente. Siempre ha contemplado todas las posibilidades posibles en cualquier decisión que ha tomado a lo largo de su vida, incluyendo la posibilidad de morir. O al menos lo ha hecho desde que me tuvo a mí, probablemente el mayor error de su vida.
Nací en la misma habitación donde ella murió. Desde entonces, se ha buscado la vida como ha podido, para sobrevivir y, sobretodo, para que yo sobreviviera. Supongo que las cosas le salieron demasiado bien.
Ella hizo todo lo que hizo por mí, y ahora yo la había matado.
Abrí su bolso y saqué la libreta que siempre llevaba a mano. Arranqué una de las páginas y volví al cuarto de baño, no sin antes coger un trozo de cristal que estaba en el suelo.
Abrí una bolsa de aseo, donde se encontraba todo su maquillaje. Valeria nunca se ha sentido acomplejada por su físico, pero siempre se ha maquillado bastante.
Cogí un lápiz de ojos de color negro y me dispuse a escribir en el trozo de papel.
“Lo siento, mamá”.
Abrí el grifo de la bañera. Esperé pacientemente hasta que estuvo lo suficiente llena para que, al meterme, se llenara del todo, pero no se saliera nada.
Me desnudé rápidamente y me metí dentro. El agua estaba tibia, y hundí mi cabeza en ella para mojarme el pelo. Después, cogí el trozo de cristal que había depositado encima del bidé y rajé la piel de mi antebrazo, desde la muñeca hasta el final, de forma vertical.
Una sensación de éxtasis y evasión invadió mi cuerpo cuando la sangre comenzó a salir. Dejé salir por mi boca y mis fosas nasales todo el aire que tenía acumulado en los pulmones. Apoyé la cabeza en el fondo de la bañera. Cerré los ojos.
Me di cuenta en ese momento de que era el Hombre Justo el que iba a leer la nota que había escrito antes de morir.
No me importó lo más mínimo.
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Y este ha sido mi bonito relato. Sí. Mueren todos. Pero era de esperar... ¿No?
Espero que os haya gustado.
(Foto aleatoria porque no encuentro ninguna que me guste).




Comentarios
- hace más de 9 años
Me gusta,mucho
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