Oro verde Cap 1
PROLOGO
La primera vez que me vieron me llamaron “la chatilla”, mi padre me recuerda que fui vaga hasta para nacer, las cosas nunca cambian… no era ni pequeña ni grande, más bien parecía una rana (lo digo por las fotos que he visto de cuando era una recién nacida). Tenía que elegir entre tres nombre Adela, Alba o Andrea y cogieron la opción de Andrea, por una de las chicas de una seria que le gustaba a mi padre, cuando nací me tuvieron que poner en una incubadora durante unas horas porque había tragado algo de la bolsa. La primera que me reconoció en la incubadora cuando salían los médicos corriendo como si tuvieran un cohete en la culo fue mi Tieta (siempre la llamo así) y me puso “la chatilla”.
Cuando ya estaba en la habitación con mis padres, seguramente durmiendo (soy dormilona, eso tampoco ha cambiado) mi padre tuvo una idea y le riñeron por la idea que tuvo, pero él estaba muy contento y bueno… ese momento me imagino la película del EL REY LEÓN y al fondo sonado la canción del CICLO DE LA VIDA o HAKUNA MATATA. Me presento a todo el mundo por los pasillos del hospital, era su pequeña.
Cuando nos fuimos a casa, por fin. A mí me gustaba estar al lado de mi padre, en sus brazos, parecía una muñeca, mi padre era gigante y yo una ranita. Me distraía y me distraigo con gran facilidad así que me ponían la televisión a mirar los TELETUBIS o a mirar publicidad (había una que me hacía mucha gracia) y allí estaba yo, sentada delante de la televisión sin hacer ruido y tranquilita.
La primera vez que fui al Bambi no sé muy bien que contar, ya que solo me contaron que a la hora del patio yo no estaba con mis compañeros, me iba a ver a los gatitos que había, me lo pasaba pipa. Allí es donde deje de tener chupete, porque me dijeron que los gatitos se lo habían llevado para los gatitos bebes y yo estaba feliz, no volví a pedir el chupete, lo tenían los gatitos.
A los cuatro años mis padres compraron un apartamento en Oropesa, cerca de la playa, solo tenemos que caminar unos minutos y llegamos.
Allí conocí a una niña un año más pequeña que yo, tenía el pelo negro y los ojos marrones, éramos igual de altas y nos llevamos bien a la primera, fue a la primera “amiga” que conocí. Su nombre era Diana.
Jugábamos a las cocinas, las escaleras eran nuestro restaurante, teníamos mar y playa. Y jugamos a que éramos sirenas y a que nadábamos con los delfines, luchábamos contra tritones y en los ratos libres jugábamos a los Tamagochis (a mi cada dos por tres me tenían que comprar uno porque o se moría o se rompía) llegaron nuevos niños, mayores que nosotras, pero daba igual, seguíamos a nuestro rollo, en el restaurante de sirenas y tritones.
No me gustaba la playa, hay mucha arena. Pero si me gustaba hacer agujeros y dragones en la arena y nadar como si fuera una sirena (ya lo sé tenia afición por las sirenas y no sabía nadar, es que así queda mejor)
Cuando cumplí los cinco años llego un chico de mi edad al que le gustaba llevar gafas de sol y decirle guapa a todas las chicas. Con él y unos niños y niñas más llego el PI, solo llegábamos a contar hasta diez, saltándonos números, así que teníamos que escondernos rápido.
Podíamos estar horas jugando a PI, aunque he de admitir que yo siempre me escondía en el mismo lugar y hasta que no me pillaban no salía de mi escondrijo.
Descubrí que le tenía miedo a las máscaras y que no era buena idea utilizar la rampa de la finca para aprender a ir con el patineta y que es peligroso quitarse los ruedines de la bicicleta y probarlo en la rampa (es por eso que nunca he aprendido a ir en bicicleta)




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