Llora Jerusalén (Capítulo 1º)
Hasta hace dos días, mi nombre era Mohamed Ansaldi, desde que entré en la cárcel de Jerusalén pasé a ser conocido como el recluso 38 o simplemente 38.
Nada más entrar, fui derecho al despacho del alcaide, el Mayor Grossman, un general judío degradado a la cárcel más peligrosa de todo Israel.
Grossman comenzó el interrogatorio:
– ¿Tu nombre? – dijo sin dignarse a mirarme
– Mohamed Ansaldi, respondí.
– ¿Delito?
– Según tu gente, alta traición.
– ¿Alta traición? Preguntó con curiosidad.
– Sí. No comuniqué a las autoridades judías la intención de mi prima Buchra de inmolarse ante vuestro muro.
– ¿Nuestro muro? dijo Grossman, lleno de ira ¿Quién te has creído que eres, palestino? Ándate con cuidado, si no quieres recibir un disparo. Márchate a tu celda
En la cárcel, había cuatro grandes grupos según tu raza: judíos, cristianos, musulmanes y palestinos. Allí estábamos todos mezclados.
Mi compañero de celda era un monje cristiano, un dominico condenado por defender a un musulmán de un ataque judío.
Le encontré rezando “Su Biblia”. Nada más entrar, me saludó en una lengua muy rara que no comprendí.
- ¿No entiendes el español? dijo en hebreo.
– No, nunca he salido de Israel – empecé diciendo. Y, ¿que lees?
– La Biblia hijo, la Biblia ¿Tú prefieres el Corán? ¿O la Torá? , dijo ante mi desconcierto.
– Ninguna, en realidad soy ateo. ¿Parece irónico, verdad? Vivo en la ciudad más cercana a Dios, Alah o Yahve, y no creo en ningún Dios.
Cuando salimos al patio escuchamos un pitido y alguien me gritó: ¡¡¡PALESTINO, PONTE FIRME¡¡¡¡
Pasados quince minutos llegó el Mayor Groosman, se aclaró la garganta y dijo tan solo tres palabras, las únicas tres palabras que temía todo preso: ¡CUERPO A TIERRA!
Una voz detrás de mí, grito: -¡¡Palestino: al suelo, al suelo!!
No sabía cómo reaccionar. Sentí que alguien me tiraba al suelo. De pronto, se escuchó la detonación de un fusil y vi cómo alcanzaba a un musulmán, pero no lo mató, ni siquiera le hizo sangre. Me quedé desconcertado. Cuando pasamos junto al musulmán dijo:
– Son balas de goma – dijo – esos perros no nos dejan ni morir.
– ¿Cuál es tu nombre? le pregunté.
– Tarek Tazim. Esta ciudad es todo lo contrario a lo que la gente piensa. Es el sitio más deshumano y menos religioso de la faz de la Tierra.
(Estoy escribiendo este relato ficticio que se me ha ocurrido después de leer la novel "Jora Jerusalén, de Santiago Herraiz. Ed. Bruño. Continuará)



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