Cayendo
Un viento fugaz sobre unos miembros dormidos que no se sostienen. Ya no.
Unas lágrimas que se mueven a la melodía del aire y esperan pacientemente a llegar a un sitio donde posarse y dejar de existir.
Una boca semiabierta exhalando suspiros de desesperanza, de fluidez petrificada y de llanto insonoro.
Un vacío cuya cercanía lejana hace cerrar los párpados que sobrevivieron abiertos hasta las noches más largas.
Una profundidad oscura en la que la luz solo titila cuando sonries, una sonrisa rota, pero al menos, una sonrisa.
Cada segundo la caida se hace más infinita. Más insoportable gracias a un insomnio persistente del que se trata de rehuir pero permanece a tu lado, no se marcha. Solo se queda. Petrificado.
Petrificado como el que se sostiene con unos hilos que impiden el golpe, petrificado como el que tiene miedo a la caida, pero ahí sigue.
Sin mirar hacia arriba para saber cuanto ha caido, sin mirar hacia abajo para evitar descubrir el infinto que aún le falta.
Cada segundo, cada minuto, cada infinito momento de esa caída crea un hilo que resiste, que aprieta, que aguanta hasta que no puedas mas.
Y te suelta.
Te suelta para que te des cuenta de la viveza de una fortaleza oculta entre telas de seda finas, incapaces de enseñar que ser fuerte, valiente, también tiene sus consecuencias.
Porque la vida tiene sus planes y no puedes cambiarlos. Dejar que ese hilo estrangule tu cuerpo y te agarre para darte fuerza. Ese dolor que se ha de superar valientemente. Ese dolor que te acompañará hasta que no puedas más.
Pero la vida no cuenta en la cantidad de cosas perdidas, personas fallidas y momentos infelices vividos que nos ciegan con confusión. Una venda adherida a nuestra piel que nos impide ver con claridad. Precipitar las cosas o incluso volvernos locos.
Es hora de reconocer que esa venda nos perjudica en muchos casos. Quizas no veamos cuando no queramos ver pero esa ignorancia se transforma en curiosidad por sabes qué ha pasado. Qué pasa. Qué pasará.
Esas manos frias que no se sostenian consiguen obtener motricidad suficiente como para abrir y cerrar los dedos. Puedes quitarte la venda y ver lo peor, aun también lo mejor. Puedes ver maravillas, cosas horribles. Puedes verte a ti mismo.
O esperar en la infinidad de la caída




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