Requiem al sueño en silencio.
Y entonces, llegas a la cúspide de la montaña de cristal.
A lo más alto.
Aquello que solo alcanzas con prosperidad, aguante, que sostienes con lo mejor que tienes. Tus propias ganas de existir. Existes. Eres tan real como ese viento que roza tu cara cuando te sientas en el borde, viendo como la gama cromática del cielo va perdiendo brillo mientras te quedas mirándolo, pensativa, creyendo que la infinidad del mundo es solo una ilusión que las mejores historias llegan a contar.
Ilusorios sueños, sentimientos perdidos entre la marea, abandonando su sitio en el mundo como pequeños náufragos que acaban perdidos en lo más inmenso de un océano vacio, llenando sus suspiros con aire que poco a poco se va acabando, sumiendoles en un sueño que simplemente, se va a ir, como tú, como todos.
Un viaje en el tiempo entre las estrellas, que titilan como pocas cosas hacen. Como aquella bombilla de la habitación que tan familiar te resulta para abandonar el color, para quedarse en silencio, leyendo una partitura con notas y melodías incompletas, llenas de un vacio profundo, olvidadizo, y completamente inútil. Incluso aquellas pequeñas particulas de ti misma se apagan, como si la vida fuese un mero susurro narrado por tu propio destino.
Todas las vistas son mejores desde lo alto. Apreciando como los pájaros abandonan el cielo, sin nubes, casi apagado como el tono de tus ojos, para llegar a sus nidos, a la calma de un hogar, al abrazo de la calidez de los suyos. ¿Y quién sabe qué es un hogar? Puede ser la melodía de aquella canción que escuchas tan a menudo para olvidarte de todo, puede ser ese momento, ese sentimiento que repites en bucle en tu mente para sentir que la vida llega a tener un valor y un sentido. Puede que incluso ese instante, en el que sentada en la montaña, mirando como el sol pierde vida, te sientas en casa. Quizá el mejor sentido a la vida sea el mero existir en silencio.
Acallada, imaginas fuguras en el viento. Pequeños dibujos que llegan a representar aquello que en tu mente tiene sentido. Puede que sea una hoja cayendo al vacío. O puede que sea un sentimiento. Ves alegría, odio, amor y verdad. Puede que veas ira, cariño, tristeza o simplemente la nada. Puede que el vacio se haya hecho con las luces, el cielo se vaya apagando, y el único sonido que veas sea el movimiento de tus piernas sobre el cristal. El leve roce de este con tu cuerpo. Tus ojos moviéndose mientras simplemente, ves aparecer cada estrella. cómo brilla. Cómo dibujan el cielo. ¿Acaso no es esa su belleza? Una profundidad vacía, perdida en si misma como todo lo que cuentan. miles y miles de kilómetros de distancia entre ellas, pero que pueden hacerte ver incluso lo que nadie nunca mira.
Y no te hace falta cerrar los ojos para sentir que aquello que todo el mundo llama hogar eres tú. Todo lo que ves a tu alrededor, lo que escuchas, esa canción que imaginas. Esos sentimientos y sueños perdidos en mitad del mar, y también esas palabras que en tu cabeza tienen sentido. No necesitas hablar, ni escuchar. Puede que necesites soñar. Imaginar las miles de posibilidades del mundo que te rodea, porque no todo el mundo tiene esa habilidad. El paso de los años, la edad incluso la esperanza porque, ¿dónde ha quedado eso de que la esperanza es lo último que se pierde?
Cuando cae la noche te levantas y caminas con cuidado. Ya no sabes por dónde bajar. Pero no necesitas saberlo. Tus pies y tu cuerpo son ligeros. Incluso sabiendo que el cristal se resquebraja bajo tus pies, eres capaz de hacer una escalera por la que descender, mientras las estrellas observan cada movimiento, mientras el silencio te acompaña.
El cristal se hace pedazos, tan pequeños como esos suspiros y latidos que te componen. Van desapareciendo en un océano pequeño, insignificante, pero que llega a ser tan profundo como los siete mares juntos. Creo que sonreiste, ¿recuerdas? La mayoría tendría miedo. Pero la escalera sigue bajando, la montaña sigue siendo destruida. Y la imaginación vuela con esos pequeños pedazos de cristal que la forman. La vida que aparece hasta en el más superfluo, el más nimio e insignificante de los objetos. Hasta en el más insignificante sentimiento, nota, palabra o sonido. Hasta en el más insignificante sueño.
La noche se hace del todo con la escena y tú bajas sonriendo. Porque sabes más de lo que piensas. Porque imaginas en un sueño donde el silencio es la única compañia. Tú y él bajáis por esa escalera mientras todo se deshace y se transforma. Y seguís bajando, porque hay que vivir hasta el último momento antes de que desaparezca.
Antes de que nunca más vuelva.
Antes de despertar.
Felices sueños en silencio, y nunca dejéis de observar los cristales de esa montaña. Nunca pienses que esa escalera no está. Los sentimientos siempre encuentran su sitio, los náufragos vuelven a casa. Las notas cobran sentido. Y los sueños nunca mueren. Coge mi mano y vuela como la montaña. Baja como la escalera. Déjate empapar por el cristal. Y sonríe como solo tú sabes hacerlo.
Porque también el silencio, puede ser la mejor compañía.
Felices sueños, feliz descenso y profundo, agradable y vivo silencio.





Comentarios
rulparty - hace más de 6 años
¡Pero qué maravilla!
Y ya con la música, leer tu artículo se convierte en toda una experiencia.
¡Gracias!