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El Chico del Pan. Cap.3: Pan quemado

Publicado por flashali el 01/08/2014 · Categorías: Vacaciones, Mi novela, El chico del pan, THG, .lll.OMG, Flashali, Peeta-lo-Peta, Creación

El Chico del Pan

Cap.3: Pan quemado

-¡PRIM! ¡PRIM!- Una voz femenina me sobresalta. Bueno, a mí, y al resto de habitantes. La multitud se va apartando para dejar paso a la chica de la que procedían esos gritos tan urgentes.

-¡Me presento voluntaria!- dice con voz ahogada- ¡Me presento voluntaria como tributo!- repite esta vez más claro, intentando tranquilizarse.

Es increíble, nadie se ha presentado como tributo en este distrito en décadas.

-¡Espléndido!- exclama Effie- Pero creo que queda el pequeño detalle de presentar a la ganadora de la cosecha y después pedir voluntarios, y, si aparece uno, entonces…

-¿Qué más da?- La interrumpe el alcalde, y hace un gesto hacia la joven voluntaria para que suba al escenario.

La niña rubia comienza a gritar, desesperadamente.

-¡No, Katniss! ¡No! ¡No puedes ir!

Katniss le dice algo, y un chico más mayor que yo, con rasgos de La Veta, se lleva a la niña del escenario.

Katniss… No. ¡No puede ser! Ahora que ha subido al escenario, puedo verla con claridad, principalmente porque sale en primer plano en las gigantescas pantallas de la plaza.

Katniss, la chica de La Veta que va a mi clase desde que éramos muy pequeños. Recuerdo el primer día que la vi. No, que me fijé en ella. Cómo olvidarlo… Estaba preciosa.

Estábamos en clase de música, y la profesora preguntó quién se sabía la canción del valle. Una mano se alzó, la única mano de toda la clase, y apareció una niña con un vestido rojo a cuadros. Llevaba su pelo marrón oscuro en dos trencitas, y sus ojos grises de La Veta mostraban cierto orgullo. Pero no fue hasta que comenzó a cantar, subida en un taburete para que todos la viésemos, cuando supe que me había enamorado. Todos los pájaros callaron, todo estaba en silencio, y mi boca estaba tan abierta que casi rozaba la barbilla con la mesa. Desde ese momento, mis ojos solo estaban en ella. Todos mis pensamientos iban hacia esa niña.

La cantarina voz de Effie Trinket me saca de mis pensamientos.

-¡Bueno, bravo! ¡Este es el espíritu de los Juegos! – Ja, ja, ja… -¿Cómo te llamas?

-Katniss Everdeen – Dice temblorosa.

-Me apuesto los calcetines a que era tu hermana. No querías que te robase la gloria, ¿verdad? –De nuevo, ja, ja, ja… - ¡Vamos a darle un gran aplauso a nuestro último tributo!

Pero nadie lo hace. En su lugar, todos empezamos a llevarnos los tres dedos centrales de la mano izquierda a los labios, y la alzamos por encima de nuestras cabezas, lo más alto que podemos. Es un gesto de dar gracias, de admiración. Y lo que ha pasado hoy, realmente es de admirar.

El vencedor borracho aparece y la felicita.  Apunta a la cámara.

-¡Coraje! ¡Más que vosotros! –Se refiere al Capitolio. No se si llamarle valiente o idiota. Antes de meterse en problemas, se cae de bruces de nuevo y se lo vuelven a llevar.

Vuelven los nervios, y me parece que el corazón se me va a salir del pecho.

-¡Ha llegado el momento de elegir a nuestro tributo masculino!

Un papel, un solo papel, puede cambiarme la vida para siempre. Aunque mi vida ya no iba a volver a ser la misma de todos modos. La chica de mis sueños está condenada.

Esta vez no se anda con rodeos. Saca la primera papeleta que ve. La extiende, y cuando abre la boca, se que estoy perdido.

Mientras subo al escenario, veo mi cara pálida en la pantalla. Intento no caerme, pero me siento como un verdadero flan.

Las miradas se fijan en mí, mitad de alivio, mitad de lástima. Me da igual, las ignoro, a todas. Excepto a una. Su mirada es de terror, algo le está pasando por la cabeza. ¿Se acuerda de mí? No estoy seguro. Solo hubo un momento en el que ella se haya podido percatar de que existo.

Era un día horrible. Llovía muchísimo y la humedad te calaba los huesos. Por suerte, yo estaba bien calentito en la panadería, haciendo panes como cada día. Me asomé por la ventana mientras esperaba a que los panes se hiciesen en nuestro gran horno de piedra. Entonces vi a Katniss. Hacía días que no iba a la escuela, y yo estaba realmente preocupado a pesar de que no había hablado nunca con ella. Seguro de que ni siquiera sabía que yo existía. Estaba apoyada en un árbol, mirando hacia la panadería. Seguramente el olor la habría atraído. Se la veía demasiado delgada, sin fuerzas, empapada de arriba abajo. Seguía estando preciosa, aunque daba lástima. Ojala la pudiese ayudar. Lo que me sacó de mis pensamientos fue el olor a quemado. Conseguí sacar a tiempo las barras de pan. Todas menos dos, que se quemaron lo suficiente como para no poder venderlas. En esto vino mi madre y me propinó una buena torta en la cara, seguida de un empujón y acompañada con palabras desagradables como: ¡Niño inútil! ¡No sirves ni para sacar panes! ¡Dos barras menos que vender! ¿Sabes lo que significa eso? ¿No? ¡MENOS DINERO!

Me sacó a empujones de la panadería, mientras me gritaba que le diese el pan a los cerdos y me propinaba la última bofetada.

Comencé a partir una barra en trozos y, mientras se los lanzaba a los cerdos, miraba a Katniss, que no se había movido, pero ahora me miraba con una expresión curiosa y me rogaba con los ojos. Miré por si mi madre me vigilaba y la lancé una de las barras. Ella la cogió sin poder creerselo y salió corriendo. Había merecido la pena ese despiste.

Lo malo es que, después de ese día, ninguno de los dos tenía el suficiente valor de mirar al otro a los ojos, y los años pasaron con las cabezas bajas cada vez que pasábamos.

No, no creo que se acuerde de mí. Fue hace demasiado tiempo.

Vuelvo a la realidad, la cruda realidad, justo a tiempo para oír cómo el alcalde termina de recitar una especie de tratado, y nos indica a Katniss y a mí que nos demos la mano.

Su mano está fría, tiembla… Me gustaría poder decirla que se tranquilizase, que yo pensaría algo. Que los dos saldremos de esta. Pero sé que eso es casi imposible. Casi.