Enseñando a aprender, aprendiendo a enseñar (Parte 6)
Una biblioteca.. Un lugar tranquilo, repleto de conocimiento. Un lugar mágico donde una norma es no colocar los libros después de cogerlos, sino dejarlos en un lugar para que después otros los coloquen. Aparentemente, un lugar maravilloso.
Pero, cómo somos los humanos, que no queremos colocar cuando nos lo piden y nos empeñamos en hacerlo cuando está prohibido.
No sé cómo cuidaban la biblioteca, pero parecía la típica abandonada de las películas: todo lleno de polvo, con ratones de biblioteca (literales, eran animales)...
Estaba nervioso, era la hora de abrir. Google no me valía para buscar, y podría traer a mi madre que lo encuentra todo aunque parezca desaparecido. Pero vivía lejos y estaría trabajando como siempre.
Entró mi primer cliente. De ja vû. Esta vez tenía que ir mejor que en la autoescuela. Nadie podía morir por un libro, a no ser que tuviera las páginas envenadas como en una película y al chupar el dedo para pasar la página... No pienses tonterías hombre.
- Buenos días, ¿qué desea?
- Hola, estaba buscando un libro
- Ah, de acuerdo, busque, busque... no hay problema
- Ejem... lo que quería decir era si me podía ayudar a buscar un libro en concreto.
- ¡Ah, haberlo dicho antes! ¿Cómo se llama el libro?
- ¿Cómo se llama este libro?
- Sí, que cómo se llama.
- ¿Cómo se llama este libro?
Mi primer día y ya me había tocado un vacilón. Y eso que tenía unos cincuenta años, y por su vestimenta y su porte parecía tener alta alcurnia. Más tarde me enteré de que el libro se llamaba ¿Cómo se llama este libro? Me dio miedo preguntarle por el autor, así que lo empecé a buscar por toda la biblioteca.
Tecleé el nombre en el ordenador, desesperado, y, por suerte, había tres en la biblioteca. Busqué las referencias y, aunque muy despacio, llegué al lugar indicado. Pero no había nada. El hombre se estaba empezando a impacientar y yo le dije que si no podía venir otro día. Su hijo lo necesitaba para un trabajo, así que no podía esperar.
Recordé el bote de pimienta que aún tenía en el bolsillo. Se la iba a echar al señor para obligarse a que se fuera y quitarme el apuro de encima, pero entonces tropecé y cayó toda al suelo. No hubiera pasado nada si al tropezarme no hubiera tirado una estantería, haciendo efecto dominó con el resto y si el suelo de la biblioteca no estuviera empinado. Conclusión: la pimienta manchó más de la mitad de los libros.
Cada vez iba entrando más gente. Yo les decía que "estábamos en un proceso de reorganización de la biblioteca" para disimular mi torpeza. Por suerte, tenían tantos problemas que lo que menos les afectaba era ver desorden. Eso era cosa mía. La mayoría venían con niños pequeños, que en vez de coger libros para leer en casa se ponían a leer allí.
Me encontré a algunos de mis niños cuando trabajaba en el instituto. Qué buenos recuerdos... Les pedí el teléfono para poder estar en contacto, había que buscar alguna solución para volver a abrir el instituto.
Lo malo que no podía estar con el móvil todo el rato como me había imaginado, lo bueno es que ver a tantos niños sonriendo o embelesados en la lectura es precioso. Algunos niños empezaron a estornudar al oler la pimienta, pero lo más llamativo es que todos se transformaban en los personajes de los cuentos que leían. Por suerte, sólo les aparecía un disfraz: tanto física como mentalmente seguían siendo iguales.
Era algo muy extraño. Pimienta... Tienda de bromas... A lo mejor la broma me la gastaron a mí al comprarla...
Los niños estaban eufóricos. Estaban disfrazados de sus personajes favoritos. A uno que le gustaba un libro que hablaba sobre caca no le hizo tanta gracia su disfraz.
Tuvo tanto éxito que las tiendas de disfraces de todo el pueblo entraron en quiebra. Ya nadie los compraba, se ponía a leer en la biblioteca. Incluso nos dieron un premio a nivel nacional por fomentar la lectura.
Pero sólo duré un mes allí, a pesar de todo ese progreso. Los fabricantes y vendedores de disfraces asaltaron la biblioteca y la quemaron. Por suerte, estaba cerrada, así que no había víctimas... salvo los libros.
En ese momento me pregunté por qué cada lugar que pisaba se cerraba, se quemaba o había algún contratiempo...
Entonces lo entendí todo. Cogí al teléfono, llamé a todos los niños que encontré y les dije:
- A las cinco en la plaza de enfrente del instituto. No tardéis.
_____




Comentarios
No se pueden incorporar más comentarios a este blog.