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Faltó tiempo

Publicado por spidrmancoy el 30/10/2016 · Categorías: Creación, Jóvenes, Amor

FALTÓ TIEMPO

Recuerdo el día en el que nos conocimos... Cómo olvidarlo. Era el primer día de clases en un nuevo instituto, para ambos. No conocíamos a nadie, y entre clase y clase recogíamos súper despacio y hacíamos inventario del estuche, simplemente por tener algo que hacer.

Yo te miraba de reojo de vez en cuando, no podía evitarlo. En medio de gritos, insultos, empujones y mochilas, y avioncitos de papel, volando por los aires, encontrar unos ojos que contemplaban el mismo panorama desde la misma situación que yo era un alivio... Un gran alivio... No sabes cuánto.

Por alguna razón y daba igual cuándo saliera de clase, tú te quedabas un rato más. Eso era extraño, siempre en toda mi etapa escolar he sido el más pequeño de la clase, y el más lento en recoger. En el fondo quería esperarte, pero resultaría demasiado evidente...

Llegaba a casa y ponía la tele. Daba igual lo que echaran: noticias, deportes o mi serie favorita (dependiendo del día), tampoco prestaba demasiada atención. De hecho, una vez puse la comida a calentar una hora en vez de un minuto al microondas. Pequeños detalles.

No sé quién, cómo ni por qué, pero parece ser que me metieron en el grupo de Whatsapp de mi clase. Me limité a decir mi nombre como hacían los demás para guardar los contactos, y te busqué. Nunca había hablado contigo, así que no sabía tu nombre. Pero fue fácil localizarte, eras la única que no tenía una foto de sí misma en el perfil, y en su lugar tenía una frase muy reflexiva y profunda, tanto que no la logro recordar. Es de lo poco que no recuerdo.

Por una vez en mi vida me alegré de que nos mandaran trabajos nada más comenzar el curso. Nos dividieron en grupos de 4, pero bueno, ya tenía claro al menos un miembro. Cuando te vi entre la multitud (somos 40 en clase), el profesor anunció algo importante que se le había olvidado:

- ¡Ah, chicos, los grupos se harán por orden de lista!

Estaba claro que ese no era el día en el que el cosmos quería que habláramos, o simplemente nos saludáramos. Aunque no sabía el nombre, conocía el apellido, y demasiadas letras nos separaban para poder sentarnos juntos.

Cada vez me fijaba más en ti. Esos gestos, ese liderazgo cuando el resto del equipo hacía el vago... Seguramente acabarías el trabajo para que quedara perfecto, como tú querías, aunque supusiera más esfuerzo por tu parte. Exactamente lo que habría hecho yo.

Nuestra combinación fue explosiva, tus ideas se complementaban con las mías y parecías leerme la mente.

He de decir que, a lo mejor, me obsesioné un poco. Pero me daba la sensación de que tú también me mirabas cuando salía en la pizarra a corregir ese ejercicio que sólo tu y yo habíamos sabido hacer, cuando resistíamos la tentación de decirle al profe que se había equivocado, o cuando me quedaba ensimismado en mis pensamientos y de repente volvía al mundo real. Yo creo que aprovechabas la ocasión para mirarme, cuando yo no lo hacía.

En clase de Educación Física lo pasé fatal. Te pusieron mala nota en el examen por esperarme, cuando a los cinco minutos ya estaba matao y había que correr treinta. Con tus comentarios no parecía notar el cansancio. Tu no tenías problema en hablar mientras corrías, para ti era casi andar, pero yo me limitaba a escuchar.

Y entre anécdota y anécdota, ya llevábamos un mes de clases. Los profesores ya iban descubriendo quién era el vago de turno y quién trabajaba, y yo también tenía que aclararme sobre quién era y qué quería. Lo tenía claro.

Me levanté, carraspeé para aclararme la voz, recorrí media clase esquivando la gente que, como de costumbre, iba a su bola, y, balbuceando, te pedí un sacapuntas. No vocalicé demasiado, de hecho acabé señalándote el lápiz hablando como en lengua de signos y entonces ya lo entendiste. Bueno, me ofreciste una goma y un lápiz nuevo primero, pero no importó. En aquel momento me sonreíste me dijiste dos palabras:

• Quedátelo, anda.

No sé si fue por pena, seguramente sí, pero significó mucho para mí.

No tardé en buscar una excusa como la del sacapuntas para estar otra vez cerca de ti. Pensándolo bien, llevaba bastante tiempo sin ir a la biblioteca. Como mi hermano a partir de este año se quedaba a comedor, ya no era una fuente de distracción para mí y podía hacer los deberes tranquilamente en casa. Pero, de todos modos, quería coger algunos libros infantiles para los peques de los que soy monitor.

Pasé por el supermercado de cerca de mi casa, compré un preparado, demasiada pereza para hacer la comida, y comí tranquilamente. Descansé unos minutos y, todavía adormilado por el increíble poder del sueño post-comida fui hacia la biblioteca, andando despacísimo, notando cada baldosa del suelo en cada uno de mis dedos. Estábamos prácticamente en invierno, todas las hojas ya estaban en el suelo, y mientras algunos niños jugaban a hacer montones y a lanzarse encima de ellas, yo luchaba por esquivarlas para no pisar nada extraño que estuviera camuflado debajo. La experiencia me lo decía.

Cuando llegué me quedé unos minutos al lado de la estufa para compensar el que me hubiera dejado los guantes olvidados, y una vez tuve la temperatura suficiente para sobrevivir, devolví unos libros, libros que tenía atrasados desde hace meses. No podría coger, por tanto, durante bastante tiempo.

Las bibliotecarias se alegraron tanto de verme que hicieron una excepción conmigo. Realmente, yo era de los pocos que aprovechaban la biblioteca del pueblo, muchos lo más que leen son las instrucciones del móvil. Bueno, ni siquiera.

Parece que habían reestructurado la biblioteca desde mi última visita, todo parecía estar descolocado. Fui de lado a lado, y, mientras mantenía la mirada fija en los libros y los iba hojeando, tropecé con algo. Mis libros volaron y a poca distancia estaban los que había cogido la pesroan con la que me choqué, que todavía no sabía quién era. La mayoría no los conocía, y me parecían algo aburridos, pero ¡había cogido mi libro favorito!

Y sí, no podía ser de otra manera: eras tú. Mi plan había funcionado. El encuentro no había sido como esperaba, pero bueno, era lo más lógico que podía pasar teniendo en cuenta mi torpeza.

Antes de nada, me disculpé, tratando de no quedar muy mal:

- Perdona, es... ya sabes, el poder de la lectura.

- Jaja, da igual. ¿Me devuelves los libros, porfa?

Había cotilleado descaradamente los libros, hasta tal punto que había dejado los míos y había cogido los suyos. Si no me llega a decir nada, me los habría llevado a casa.

• Mola ese libro- le dije, señalando al ya mencionado ejemplar.

• Sí, me lo quiero leer otra vez.

• Es algo maravilloso, una mezcla entre emoción e intriga, el autor ha ganado premios desde pequeño...

• Veo que no soy la única que se lee lo que aparece en la primera página.

Me había pillado.

• Estaba buscando la sección infantil, ¿la has visto?

• Está justo detrás de ti- me respondió

• Menudo día llevo hoy...

Me di la vuelta y, efectivamente, allí estaba. Le agradecí la información y me despedí, tenía cosas que hacer. Tan solo por esos dos minutos ya había merecido la pena venir.

No tenía mucho tiempo, así que cogí cinco libros al azar, me tocaría improvisar algo.

Me puse a hacer los deberes. Comencé por Matemáticas. Debe de ser que estaba inspirado, porque se me ocurrieron unas frases que quizás sólo tu y yo entendamos pero que precisamente por eso son especiales.

“Eres la solución a la ecuación de la felicidad”

“Las cosas malas contigo son como la raíz cuadrada de un número negativo: no existen”

“Dividiré entre 0 para decirte cuánto te quiero”, infinito.

Me quedo atascado en un ejercicio y me doy cuenta de que eso es lo que me está pasando realmente. Por más veces que lo intento, hago y deshago, me quedan cosas sin sentido.

Cuando iba a hacer el resto de los deberes, me di cuenta de que me había traído la mochila de mi hermano. Excepto el libro de Mates, todo era suyo. Sabía que comprar dos mochilas iguales traería problemas. Lo curioso es que mi hermano estaba en el comedor, así que sólo podía significar una cosa: que él se había dejado la mochila olvidada en casa. El despiste en mi familia es absoluto.

Bueno, pasemos a lo verdaderamente importante:

Al día siguiente, en medio de clase, encontré una nota en mi cajonera. “¿Sabes cómo se hacen los deberes de Física”? Tanto por la letra como porque si fuera otra persona me pediría que dejara copiar y no que explicara los deberes, supe que eras tú. Siempre tú. Arranqué la hoja del cuaderno donde estaban los ejercicios y me acerqué a tu mesa, explicándotelo como pude. Me pediste que si te dejaba la hoja, que acabarías muy rápido, y claro, cómo no, te la dejé.

Tiempo después, me la devolviste, pasándola a través de mis compañeros, los cuales, sorprendentemente, no se copiaron y la pasaron normalmente de vuelta. Sólo algo me extrañó: sonrieron un poco.

Lo entendí enseguida: con las prisas no había borrado todas esas frases de “dividiré entre cero, te quedo infinito” y esas cursiladas por el estilo. Y había una nueva debajo:

“Si la vida es un vector, tú eres su signo, lo que le da sentido”

Me había superado.

Al acabar las clases, esperé a que recogieras. Aquel día fuiste más rápida que yo, por llevar la contraria. Y lo que más me preocupaba, de qué hablar contigo, pasó de ser un problema a nada: los temas de conversación salían solos. Como los dos estábamos muy al día con el mundo en general y sabíamos un poquito de todo ,parecíamos dos expertos debatiendo formalmente en un programa de televisión. No tardamos en coger confianza y poco a poco fuimos abriéndonos más, y acabamos hablando de nuestras preocupaciones, sentimientos, qué íbamos a hacer esa tarde... Por fin alguien con quien desahogarme que no fuera mi hermano, que quieras que no, no es lo mismo.

Nos fuimos a nuestra casa, y yo comí pegado al móvil, esperando algo, no sé exactamnte qué. Cuando el último macarrón quemado estaba pasando por mi boca (esta vez si había hecho yo la comida), el móvil me vibró, y me asusté bastante, ya que lo tenía apoyado en mi pierna y fue un masaje extraño que me produjo un escalofrío. Casi se me cae el móvil de la ilusión con la que lo cogí. Sólo era un aviso de que me habían recargado el saldo, para poder tener Internet. Gracias, mamá, por ahorrarme el paseo.

Aquel día era un día histórico, no tenía nada que me ocupara la tarde. No estaba acostumbrado, se podría decir que me había convertido en un adicto al trabajo. Me eché la siesta, y, bueno, me desperté a las nueve. Tenía cansancio acumulado. Volví a mirar el móvil, y me encontré lo típico: mis compañeros hablando de aplazar un examen, y algo no tan típico, casi paranormal diría yo, tú enviándome un mensaje. Bueno, uno no, 14 más concretamente. El sueño me impidió estar con la chica de mis sueños... Que poético e irónico. Definitivamente, estaba inspirado.

Me disculpé, como siempre, y decidí que quedáramos por la mañana para ir juntos al insti. Y así lo hicimos.

Tres meses de clase ya

Casi sin darnos cuenta, los saludos se convirtieron en abrazos, las anécdotas en secretos, las sonrisas en SEJFHWGJE. Inexplicable utilizando el lenguaje humano.

A veces nos aburríamos y no sabíamos qué hacer. Pero, no sé, incluso un silencio resultaba agradable. Hacíamos todo juntos: incluso estar callados.

Hasta que llegó ese día, un inesperado 13 de marzo. La primavera se acercaba, parecía una buena señal. Aunque la superstición (en la que no creo) al ser martes 13, y los tres exámenes que tenía parecían indicar que sería un día para olvidar. Señales contradictorias.

Ese fue el día de un beso, un beso que quedó enkisstado en mi corazón, en el que tuviste que girar la cabeza para evitar un choque de narices que habría estropeado el romanticismo por completo. A quién se le ocurre, además, besarme delante de todos los compañeros. Pues a ti, obviamente. Bueno en realidad, eso sirvió para aumentar nuestro prestigio. De cero a algo. Demostramos que podíamos hacer algo aparte de estudiar, que no fuera hacer los deberes o repasar.

Ese día fue inolvidable. No fue el único beso, aunque tampoco hubo muchos más, ya sabes por qué.

No olvidaré esas tardes de cine en las que te quedabas dormida en los anuncios de antes de la peli. Te cuento un secreto: te robaba palomitas. Bueno, creo que ya lo sospecharías.

O esos paseos bajo la lluvia. Al ser más alta que yo siempre te daba en la cabeza el paraguas y acababas suplicándome que muy bien que fuera caballeroso pero que lo cogieras tú. Pero no eras tan lista, el viento te lo llevó y tuvimos que correr tres minutos carretera abajo en persecución. Al final, lo atrapamos, cual Mary Poppins. Él no se fue.

Por cierto, agradecería que no me volvieras a llamar por Whatsapp a las tres de la mañana. Bueno, ahora ya puedes que tengo el móvil en silencio. En cualquier caso, a ti se te perdona todo.

Nunca pude discutir contigo, no sé si siempre llevabas razón pero tus argumentos parecían irrefutables. A veces con una sonrisa me retiraba del combate argumental. K.O.

El caso es que ya no estás aquí. Bueno, realmente soy yo el que no está allí, pero ahora tú no estás aquí. Depende de cómo es mire.

Hace un tiempo no me habría importado mudarme, cuando no te conocía. Me daba igual ser ignorado en un lugar o en otro. Te esforzabas por terminar mis frases, conocías mis pensamientos, ilusiones y necesidades.

Pero bueno, supongo que estas cosas no se pueden controlar. He cambiado bastante, y he hecho amigos nuevos. No hay que vivir en el pasado, aunque cueste.

Buscaré la forma de escaparme. Sólo trece horas de avión nos separan. Porque claro, cuando mi familia hace algo, lo hace bien, a lo grande.

Y me alegro de que se te haya estropeado el móvil, así puedo escribirte por carta, con menos emoticonos y más sentimientos. Bueno, creo que con más sentimiento no se puede.

Hasta siempre.

PD: Envié la carta, sin recordar si el remitente se escribía en la parte trasera o delante del sobre. Una semana después, me acaba de llegar a mí mismo. Así que me había equivocado. Pues me despido de nuevo:

Eres mi pan

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Ella me entendió, porque “pan” en griego, significa todo.