Sin límites
Me levanté al sonarme la alarma. Me asusté y me caí de la cama, pero justo había venido mi tío del pueblo y había dormido en un colchón, sobre el cual caí. No caí encima de él, ya se había caído a trabajar. (mi tío, no el colchón) Después de esta aclaración totalmente absurda e innecesaria, añadiré que la cosa iba de golpes: un golpe de suerte había evitado un golpe algo más grave.
Bajé las escaleras para desayunar pensando en mis cosas, como siempre, y, confiado de que me sabía las escaleras, bajé un escalón inexistente y di un traspiés en el suelo. Menos mal que no había nadie para presenciar lo que, de haber una cámara grabando en aquel momento, hubiera sido un vídeo viral.
Hora de desayunar. Me tiré media hora buscando en los múltiples armarios y puertecillas que hay en mi cocina mi desayuno, y resulta que mi hermano ya había sacado los cereales y estaban encima de la encimera. Muchas veces vamos a lo más difícil cuadno la solución está delante de nuestras narices. En fin, me dispuse a desayunar y al abrir la caja, se habían acabado los cereales. Más bien, mi querido hermano se había zampado mis cereales favoritos.
Al principio pensé en frustrarme, pero empecé a curiosear la caja, en la que encontré una fuente de entretenimiento por unos minutos. Una vez resolví todos los pasatiempos de unir los puntos y un crucigrama de 4x4 que había por ahí, me di cuenta de que había una pegatina con un código promocional sin usar. La verdad, puesto que las probabilidades de que te toque algo son ínfimas nunca lo había intentado, pero bueno, qué perdía por intentarlo.
Abrí mi ordenador y tras probar siete contraseñas diferentes hasta dar con la que había puesto (uso una contraseña para cada sitio y dispositivo, por seguridad), entré en la página de la marca e introduje el código. Al igual que pasa muchas veces con la contraseña del WiFi, confundí varias oes con ceros, cincos con eses, etc. pero unos minutejos después vi que me había tocado un lote de productos. ¡Me había tocado! ¡A mí! ¡Un lote de productos! ¡Sí, a mí!
Sí, tardé en asimilarlo. Era algo insólito. Sé que pensaréis que es una vanalidad, pero comer es uno de los grandes placeres de la humanidad, y más aún esos cereales. Y también iba a tener en mi poder mis quintos, octavos y duodécimos favoritos. Sí, la verdad, pienso mucho en comida. Quizás demasiado.
Después del copioso desayuno, cogí el móvil y me fui. Crucé sin mirar (como siempre, no hagais esto en casa niños) y oí el sonido del bus acercándose a mí cada vez más. El atropello parecía inevitable, pero al bus se le acabó la gasolina justo en el último momento.
Ya que había visto un bus, lo cogí y me fui al instituto. Hasta que consiguieron reponer la gasolina, no sé ni cómo la verdad, porque me quedé dormido hasta la última parada, que estaba justo enfrente del instituto, pasó bastante tiempo, así que llegué tarde y mi profesor de filosofía me dijo que no podía pasar. Justo esta semana me había dado por investigar preguntas trascendentales, y rebatí las palabras de mi profesor diciéndole: ¿qué significa tarde para usted? El tiempo es relativo. ¿Cómo puedo estar seguro de que existe? Sólo cada uno puede estar seguro de su propia existencia, y si usted no existe, ¿por qué habría de obedecer a alguien que no existe?
Dos minutos después con este tipo de comeduras de coco, me dijo que pasara, que estuviera en silencio y que no dijera ni una palabra en toda la clase. Asentí y me fui a mi sitio.
La clase se hizo larga, pero finalmente me fui al entrenamiento de fútbol. He de decir que soy el goleador del equipo, lástima que sea el portero y que todos los goles sean en propia meta.
Y así pasó el día, pisé un chicle que me ayudó a quedarme pegado en la pared y sacar un 10 en el examen de Educación Física de escalada; me pidieron que dijera un ejemplo de pronombre relativo, no había entendido la pregunta, dije qué para que me la repitiera, y acerté; me equivoqué de página al hacer los deberes pero justo metió esa página por no haberla hecho nunca en un examen sorpresa...
En realidad fue un día de lo más normal. Me tropecé, no encontré los cereales, el autobusero casi me mata por no mirar al cruzar y no me dejó subirme, por eso llegué tarde al instituto, no me dejaron entrar a clase y por no ir a clase no me dejaron ir al entrenamiento de fútbol, además de olvidárseme hacer los deberes. Pero oye, la imaginación no tiene límites. Así que como estaba castigado me puse a escribir este relato. Y no me ha quedado tan mal...




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