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El blog de coke

Una lágrima en la mirada, un bourbon en la mano y los dedos llenos de sangre.

Publicado por coke el 22/06/2014 · Categorías: Creación

LLevaba ya bastante tiempo sin escribir nada para mi blog. Para redimirme de esta inactividad, voy ha subir este pequeño fragmento. Un relato corto donde busco crear una sensación. Espero que os guste.

Una densa niebla impregna el local. El olor a sudor y cerveza se cuela por todos los rincones volviendo el aire denso y empalagoso. Al fondo del local se encuentra un grupo tocando una melancólica canción de blues, mas semejante al réquiem que me es otorgado por el destino ante los acontecimientos que están a punto de secueder. La deuda que debo pagar por un pasado error.

 

El cantante afroamericano de desgarrada voz hace recorrer por la estancia una melodía rota y grabe, mientras que en las pausas, echa largos tragos al ámbar líquido que le provocaba en ocasiones ataques de tos. Seguramente sea burbon. El guitarrista, un hombre de tez morena y demacrada por los años, con pelo moreno, alto y de anchos hombros; desgarra el cielo nocturno que se escondía tras el techo con su guitarra tipo Les Paul del color del ocaso; con tonos rojizos y anaranjados; describía un ritmo constante y una melodía pegadiza, semejante al paso fúnebre. En oca siones se permitía realizar pequeñas frases, solos que recordaban al llanto. Un batería remata el ritmo con sus anchos brazos, síntoma de largos años tocando el instrumento. Se trata de un hombre ya maduro, de la edad de sus compañeros del grupo. De pelo canoso pero en el que todavía se podían distinguir retazos de un castaño claro. Mantenía un ritmo lineal, introduciendo más todavía al local en el sentimiento de lo muerto. De la constatación de que algo malo, o al menos final iba a pasar. Por último un saxofón remataba la melodía que recitaba el cantante. Era una melodía grabe y muy intrincada, que recordaba a miles de voces que se introducen en tu cabeza recorriendo tus miedos y recreándose en ellos. El saxofonista aparentaba ser el mayor de todos ellos, un hombre bajo y gordo, con unas poblada barba que le llegaba a la altura del estomago. También llevaba unas melenas atadas a una coleta que le caía por la espalda. Todos los integrantes iban de traje. Un traje sacado de los años 20', desgastados y remendados. Parecían unos cadáveres que habían sido sacados de sus tumbas solo para esta noche.

 

Yo estoy sentado en la esquina más alejada del escenario, a pocos pasos de la barra donde los dos únicos clientes, además de yo, estaba n hablando distendidamente de algo relacionado con un partido. No se muy bien de qué. Tampoco me importa, estoy absorto en la música, mientras que n oto como una lágrima me recorre la mejilla. Sin pensármelo dos veces me termino de un trago lo que me quedaba de burbon en el baso y pido otro. Llevo tres, pero desde aquel día, desde aquel fatídico día necesito el doble para poder dormir. Me introduzco poco a poco en mis pensamientos y me dejo llevar por la rota voz del cantante. Sin percatarme de ello saco el paquete de tabaco y me enciendo un cigarro. El denso humo atravesó mi garganta. Todo ello mezclado con la fuerte bebida espiritual me produce tos, y rompo a llorar. Me escondo la cara en el brazo, apoyado en la mesa. No debí hacerlo, pero lo hice. Consigo reponerme y levantar la cabeza, el camarero acaba de llegar y me pone el vaso en la mesa. Como siempre, no hace preguntas. ¿Para qué hacerlas si siempre pago la cuenta? ¿Cómo no he de pagarla, si mi destino está escrito en mi piel? Vendí mi alma a cambio de una mujer y una vida próspera. Ahora la mujer está muerta, enterrada en una zanja que solo conozco yo, y todo el dinero que tengo no vale nada, o al menos, no vale mi eternidad. Me termino el cigarro que tenía en la mano y dejo la colilla en el cenicero. Me vuelvo a embelesar en la música que sale de los altavoces. Estos tíos son realmente buenos, pero la agónica melodia no hace que retorcerme las entrañas y hacerme recordar esta fatídica noche. El cuchillo ensangrentado. La rojiza melena de la única mujer amada transformada en una masa granate y pesada a causa de la sangre que brota de su cuerpo... Y de pronto alguien entra por la puerta, es ella. Mi destino.

 

Es una mujer alta, de tez pálida y rasgos afilados como cuchillas. Sus ojos son como grandes piedras de azabache, solo negros, solo odio. Lleva una larga melena ondulada hasta de media espalda, de un rojo rubí sobrenatural. Parte de esa melena le cae por el frente resaltando unos prominentes pechos, muy expuestos al llevar un vestido negro mate ajustado al tipo. Tipo que se remata con un fino vientre y unas caderas casi perfectas. Todo esto termina con unas largas piernas rematadas en unos tacones de por lo menos diez centímetros. No era alguien que pegaba en este ambiente, pero al mismo tiempo era la amarga prueba de que mi tiempo se había acabado. Tenía que cumplir condena por mis pecados. Por mi vanidad, por mi egoísmo, por haber vendido el alma al diablo. Todo eso hará hace 20 años cuando rapte a un bebé recién nacido, y tras un rito vendí mi alma. Mi único error que no he querido enmendar hasta darme cuenta de que me transformó. Me transformó hasta el punto de volverme el asesino, el destructor de lo mas bello que nunca tube entre mis brazos, entre mis manos. De nuevo, rompo a llorar. Solo quiero una oportunidad más, pero ya no hay tiempo. Ya he gastado la oportunidad y no hay vuelta atrás. Todo acabó.

 

Oigo los tacones a mi lado y como la desconocida y tétrica mujer me acaricia el pelo. Huele bien, a rosas y jazmines. Me recuerda a mi niñez en el jardín de mi madre. Cuánto la quería, y cuanto daño le hice cuando la abandoné. De pronto noto su frío aliento en la oreja, y con un casi inaudible sonido, pero que llega hasta el fondo de mi alma, me dice:

 

-Es el momento, empieza el tiempo en que deberás pagar por tus errores trabajando como músico personal para el señor de la noche.

 

Sin darme cuenta ni hacer intención de ello, me levanto. Pago mi bebida y salgo a la calle seguido de cerca por la mujer, la cual, lleva una magnética sonrisa pintada en la cara. El cielo no tiene estrellas, solo una gran luna rojiza que ilumina toda la inmensidad nocturna. Las sombras se resbalan lentas entre los edificios. De pronto una especie de túnel se abre de la nada y un gran ford munstang del 69 aparece por este. Lleva unos faros color rojo y está pintado de un negro brillante que lo camuflaba entre las sombras. El conductor es un alma. Un muerto viviente que refurgía con una luz azulada y turquesa, como si de neón fuera. Sin poder decir palabra me meto en el coche. Me siento como si fuera un robot. Controlado a distancia. Al entrar al coche el conductor se da la vuelta, y con una voz gutural, de ultratumba, me dice:

 

-Bienvenido a tu ultimo viaje como mortal.

 

Acto seguido y con un rápido movimiento activa la cinta de radiocasette y se empieza a escuchar Starway to Heaven, de Led Zeppelin. El coche con un movimiento suave y sin bamboleos se aleja del local de blues. Y yo, sin poder evitarlo me sumerjo en mi ultimo y definitivo sueño. Me mezclo con las sombras y abrazo la paz y la perpetuidad de la eternidad en la oscuridad.

 

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Comentarios

  1. salamandra sigüenza

    salamandra sigüenza - hace más de 11 años

    ¡Enhorabuena coke por el primer premio de literatura del I.E.S. Martín Vázquez de Arce!

  2. atenea

    atenea - hace más de 11 años

    Escuchando Starway to heaven. Maravilloso.

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