Tardes en cursiva

Querido papel:
Hacía mucho que no subía aquí arriba. Ahora que estoy arriba siento vértigo, miedo a dejarme caer torpemente y no poder hablar contigo de nuevo, y darme cuenta de que he desperdiciado el tiempo huyendo de ti. Cuando venía hacia aquí me di cuenta de que hacía mucho que debía haber vuelto. Había hojas secas por el suelo y mientras escalaba vi telarañas ocupas en las estribaciones de los peldaños.
Me ha costado trepar. Sin estar siquiera a mitad de camino ya se me hacía difícil sortear las ramas con el peso de mi cuerpo. Ya estoy aquí. Te necesitaba. He estado ocupando el vacío que me causaba el no salir a buscarte con grandes obras literarias, tanto que me he enfundado en una pasión por la literatura y la filosofía que no me ha dejado pensar en otra cosa que en ti, en manos de otros, escribiéndote y reescribiéndote, y describiéndote, con la delicadeza y el amor de quien te empuña como una extensión de si mismo y te ensalza con la admiración de un enamorado. Pero he vuelto, y esperó poder regresar una y otra vez a la casa de papel que hace de uno un tesoro inestimable.
Ahora lloro, por no haber sabido ver cuánto y con qué pulcritud melancólica me buscabas, llamándome, con la desesperanza contenida de quien pierde lo más valioso y con ello todo lo que tiene. Estúpida de mí, de no darme cuenta de que la desesperanza se vistió de angustia y salió a la caza de mi ánimo, y por ella no regresé. Porque anidó en mí, y no me dejó volar. Me obligó a esperar que madurase, alimentándose de mi gusanillo creativo... Pero no más. Y supongo, que para acabar con ella sólo me queda tirarla del nido.
¡Oh, libertad! ¡Cuántas injusticias se cometen en tu nombre! -exclamó la revolucionaria Madame Roland.
Déjame volver a garabatearte con mi pésima caligrafía y con mis intentos de poetisa, porque al igual que el buen filósofo no sabe nada y por ello anhela que la propia sabiduría secuestre su tiempo, yo quiero poder deshilachar mi amasijo de ideas en un hilo de palabras cuidadosamente escogidas, y que mi tiempo se pierda aquí arriba, en las nubes, en el hogar que siempre anda de mudanza. Quizá, quizá haya algo que diferencie mis escritos de las más maravillosas historias escritas a lo largo de los años, y es que por una vez, siento que es el posesivo el que da sentido a este hilo.
Pero hay algo de lo que no me puedo arrepentir, papel, y ha sido el poder conocerte en tantos formatos y texturas, en tantos espesores y conjuntos. ¿Qué seríamos nosotros, envalentonados escritores, si no te tuviéramos? ¿Que sería de nuestras simplistas e intrincadas cabezas si no fuese tu rueca la que hilara las terribles y tormentosas fibras que se acumulan en nuestra cabeza y pujan por salir sin orden ni concierto? Una antigua, y aún así continuamente reinventada, rueca que algunos tratan de infravalorar bajo el milimétrico pragmatismo de las nuevas tecnologías. Y a ello, sin duda, nuestra vista se resiente.
Aunque para otros la vista importa menos que aquello que miramos, ningún bibliófilo negaría el olor del papel impreso antes que los rayos azules de las pantallas táctiles. Pero, ahora hablamos de ti, papel. Y es que tú eres, tanto en celulosa como en digital, papel, al fin y al cabo. Y siendo rueca, manual o mecanizada, haces de nuestros pensamientos aquello que es útil y perfecto al mundo.
No me malinterpreten lenguas viperinas, porque el lenguaje siempre fue lo que rescató y dio alma al hombre pero, ¿no hay una mano experta también detrás de las maniobras habilidosas de la rueca?
Acabó por hoy, porque he echado de menos este sitio en alto, y tengo mucho que observar a mi al rededor. Además, no vengó sola. Un ramillete tintado está deseando que abra sus páginas. Y que mejor sitio, que donde esta celulosa tuvo su origen.
Desde lo alto de un árbol, a mi mayor tesoro.
Te quiere:
Atenea



Comentarios
meibiparty - hace más de 9 años
Una delicia de texto, @atenea
patry - hace más de 9 años
Me ha encantado
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