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La chica del bus

Publicado por ivanpa el 15/10/2014 · Categorías: Creación, Sobre mí

Ya nos conocíamos. Bueno, no nos conocíamos, nos habíamos visto muchas veces, pero no sabía su nombre, ni quién era, solo conocía su rostro, pero ese simple detalle me hace una de las personas más afortunadas del mundo.
Era temprano, y entré en el autobús. Ese día me esperaba un largo viaje. Me senté al fondo, supongo que por costumbre, y allí estaba ella. Me miró, y la miré, me reconoció, y la reconocí, pero no nos saludamos ¿por qué? no nos conocíamos. Esa primera mirada fue como cualquier otra, una de chequeo, como la que le dirigirías a cualquiera en entrar en un autobús.
El motor se puso en marcha. Decidí echarla otra mirada, esta vez más bien una curiosa, pues, nos conocíamos, ¿no? sabía quien era, o al menos donde había estado. Así que mis ojos se volvieron a posar en ella. Tenía unos ojos verdes más brillantes que los letreros de "salida" del autobús, y un pelo de un rubio claro precioso. Me pregunté si sería consciente de su belleza, supongo que no, no lo parecía. Y esos ojos de pronto se encontraron con los míos de nuevo. Pero los dos nos sentimos como avergonzados por estar mirando al otro, no se porqué, como si no quisiéramos que el otro supiera que nos observamos. El encuentro duró solo un instante, pues apartamos la mirada de golpe, pero nuestro corazón dio un vuelco, al menos el mio, quiero creer que el suyo también. Pero como si no nos hubiéramos acabado de creer el mágico momento, simultáneamente, nos volvemos la mirada para comprobar si los ojos del otro siguen observándonos. Así que, nuestras miradas se encuentran de nuevo, y de nuevo se escapan.
No la hubiera vuelto a mirar si no fuera porque era tan bella... y además me invadía la curiosidad por saber si saber si estaría pensando en mi como yo en ella. Decidí mirarla de nuevo, y no sabría decirte si mi corazón latía más lento o rápido cuando la miraba, pero se que cuando ella se giraba, y nuestros ojos se juntaban, el corazón se me paraba.
Y así trascurrió el viaje, entre miradas clandestinas, hasta que tuvo lugar un terrible acontecimiento. Aunque lo pareciera, en el mundo no estábamos solos, y una dulce y agradable anciana, hacia la que reservo todo mi odio, se acomodó entre ella y yo, levantando un muro entre los dos. Enserio, al entrar en un autobús, fijaros si hay dos amantes intercambiando miradas, no destruyáis sus sueños platónicos sentándoos entre ellos. Pero como dos buenos amantes, supimos sortear los obstáculos del destino, y nuestros ojos sorteaban a la mujer escurriéndose por su perfil.
A la anciana le llegó su parada. Y nosotros continuamos nuestro estúpido juego, como si no nos diéramos cuenta de lo que ocurría, disimulando con el teléfono o con un libro. Pero de pronto algo cambió. Nuestros ojos, como cientos de veces a lo largo de ese día, colisionaron, y escaparon del choque, como cientos de veces a lo largo de ese día, pero cuando giró su cabeza para mirar por la ventana, se le escapó una sonrisa, y yo la recogí, y en ese instante me sentí la persona más feliz del mundo. Era una sonrisa como sin querer, pequeña, que no enseñaba los dientes, una pequeña mueca. Y me contagió la sonrisa, aunque no sé si se dio cuenta. Desde hacía ya mucho tiempo, extrañamente, me sentí querido.
Pero como viaje, llegó a su fin. Pensé en dejar mi cartera en el asiento, y así ella al pasar, la recogería, y me la daría, comenzando así nuestra historia de amor. Pero no lo hice. Pensé simplemente en acercarme y sentarme a su lado y decirla adiós. Pero no lo hice. Supongo que no tuve valor, que tenía miedo, miedo de que la magia de nuestras miradas acabara al conocernos y matar así un momento tan bonito. Así que la deje ir, y caminé detrás de ella, dejando que la distancia nos invadiera. Y mientras la contemplaba marchar, se giró, y me regalo su mirada más triste, que solo dejó en mi pecho el deseo de volver a verla.