Relato de un SCARECROW - My Chemical Romance
Vivían borrachos. Aún llega a mi nariz aquél olor rancio a un líquido barato y rojo embotellado en botellas de vidrio marrón que utilizaban una y otra vez para ese mismo ungüento, inseparable de sus idas y venidas de cabeza. Eran dos enamorados imposibles. Su aliento olía a alcohol y su vida a locuras. Eran de pequeños pueblos, ambos separados por cientos de kilómetros en línea recta rodeados por desierto de montañas arcillosas y cañones que se abren hueco entre la arena rojiza o anaranjada.
Ella no era bella, pese a su corta edad ya tenía los dientes podridos. Su pelo, marrón cobrizo, aún se mantenía largo y liso, junto con ese flequillo de lado que había llevado desde que era pequeña. Siempre vestía con un vestido rojo de tirantes que enmarcaba su excesiva delgadez y cuerpo deformado por el alcohol. Ella era el atardecer.
Él sin embargo se mantenía mejor, intentaba cuidarse. Siempre iba con sus pantalones blancos con un ligero color amarillo y esa camisa azul cielo de primeras horas de la mañana. Su pelo, oscuro como el negro de un cuervo, se deslizaba hacia atrás desde su frente. Él era la madrugada.
Juntos no pensaban en el día a día, vivían de la noche, pues era su escondite, su liberación. Podría considerarse su mayor secreto, pues por el día se dedicaban a tareas normales. Ella era la que ponía los cafés calientes y él el que se dedicaba al hierro frío.
Pero a media tarde todo cambiaba, ambos conocían el proceso. Correr, correr antes de que el último rayo de sol se ocultase sobre las llanuras de tez rojiza. Correr, correr para encontrarse antes de ese último instante. Correr para llegar a la mitad del camino en línea recta desde sus pueblos, correr para llegar a ese huerto abandonado presidido por un espantapájaros gris, de cabeza de calabaza putrefacta, rodeado de tierra que hace años dejó de ser fértil, y cuyos alrededores los cuervos aman. Único lugar para estar ellos juntos también. Punto en la línea recta donde la bebida se mezclaba con los besos, donde él le decía a ella que pese a estar dentro de un cuerpo que ya no siente por la bebida, él la quería. Él la quería y la mantendría a salvo esa noche.
Y así continuaban los días, corriendo, corriendo cientos de kilómetros si hacía falta para llegar a aquél lugar triste y solitario, tal vez como un reflejo de ellos, pero único lugar en el que estaban completamente solos, apoyados en un espantapájaros vacío ya de vida. Lugar de choque de botellas, o las mismas rodando por el suelo, mezcladas con besos entrecortados que contenían la respiración ante cualquier sonido por miedo a ser encontrados. Sonido que siempre era descubierto diecisiete segundos después cuando el pájaro negro volaba sobre sus cabezas.
Empezaban a tener miedo, pero no dejaban de arriesgarse. El alcohol corría por sus venas de forma más exigente. Siempre a la misma hora, siempre antes del último rayo de sol o serían descubiertos. Los pueblerinos comenzaban a sospechar, pero no querían creerlo posible.
Cada atardecer se encontraban con menos tiempo, hasta llegar el momento de que el último rayo de sol hacía sombra tan sólo sobre sus brazos al agarrarse mientras el espantapájaros les observaba. Comenzaron a mover su cuerpo lo más rápido posible cuando la luz del sol moría, pero estaba empezando a no ser suficiente. Por eso ella lloraba con más fuerza cada noche. El alcohol se mezclaba con sus lágrimas y él escuchaba el sonido de éstas al caer, a veces entre mayores sorbos de ese líquido rojo y otras tan sólo mirando al suelo, impasible.
Pero un día ocurrió. Era otra jornada con las mismas normas de siempre. Ambos realizaban sin aliento el mismo trayecto de todos los días, recorrían el desierto que pasaba de naranja a rojizo a medida que las horas pasaban y sus lágrimas se perdían en el viento por miedo a no llegar, haciéndose esto realidad, cuando, ella corriendo desde el oeste y él volando desde el este, vieron como el último rayo de sol se apagaba justo cuando estaban el uno frente al otro. Llegaron a rozarse las manos, pero no fue suficiente.
El humilde espantapájaros estalló en llamas, y el alcohol hizo prender lo demás. Un conejo corrió despavorido mientras el sol ya ocultado parecía que volvía a resurgir entre todas las llamas. No podían creerlo, había ocurrido. No habían llegado al único lugar que les permitiría estar solos con sus botellas, con ellos. Ya no quedaría nada, era el comienzo del fin de esta rojiza historia de amor.
Lanzaron un último beso hacia el cielo amarillo, lleno de gases. Dejaron un sueño yaciendo sobre ahora ese suelo radiactivo, ardiente. Y no, el amor esta vez no pararía esta bomba. El amor no podía parar esta bomba.
Y en ese último suspiro de vidas acabadas, ella le dijo a él:
“´Él quema mi piel” (He burns my skin)
A lo que él respondió:
“Olvídate de la figura en la que estoy dentro, te mantendré a salvo esta noche.” (Nevermind about the shape I’m in, I’ll keep you safe tonight.)
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Texto sobre la canción SCARECROW de My Chemical Romance. Relato sobre la letra.
https://www.youtube.com/watch?v=yKEVQ7l4hcw
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