Último Adiós
Cuando desperté de una magnífica siesta ahí estaban sus ojos, de ese marrón tan especial, con sus características pintitas oscuras y claras, con esas estrías como ríos verdes que nacen en el borde del iris y desembocan en la pupila. Esos ojos que se aclaran en verano reflejando su felicidad y bondad; y se oscurecen en invierno reflejando la madurez y sensatez que posee.
Ahí estaban para recordarme que ella me esperará hasta en el fin del mundo. Me había esperado aun arriesgándose a llegar tarde, me había esperado para despedirse, pero descubrí en su mirada unas chispas de ilusión que desvelaban sus ansias:
- Ven... venga vamos... tengo que enseñarte algo antes de irme, ¡venga!
Me medio arrastró por media playa y aún somnoliento entré en el agua tras ella. Me guió por las aguas mientras yo ganaba lucidez. Fue entonces cuando descubrí una cavidad en el litoral, la mié y pude deducir que eso era lo que quería enseñarme únicamente visible con marea muy baja y desde nuestra posición. También observé que la distancia con la playa era mayor de la que había percibido durante mi somnolencia, ¡habíamos estado nadando por lo menos 10 minutos!
Entonces se dirigió hacia aquel hueco entre las rocas y yo la seguí. Aprecié, una vez allí, cuan delicada parecía aquella entrada, sí, entrada a una cueva, y el cariño con que ella la trató. Ambos pasamos sigilosos y cuidadosamente por aquel estrecho hueco hacia lo que parecía una oscura, negra y solitaria cueva. Que habría sido de no ser por una luz que brillaba desde el techo, como mágica, y la teñía con los rayos del atardecer, le daba una agradable sensación de confort e incluso calor. Aquel maravilloso sitio era lo que ella había descubierto para mí, para nosotros, para su despedida.
Ese es el recuerdo que mantendré por encima de todos los demás. Un recuerdo de confort, de cariño, mágico e imperturbable, un recuerdo que casi nadie logra. Un recuerdo de amor verdadero:
- Ven aquí. -dijo señalando un banco de arena más adelante- Mira que sitio.
- Sí... es precioso. ¡Que luz tan cálida! –dije una vez allí.
La miré y se ruborizó, predije pues que tenía pensada alguna sorpresa más y aunque intenté prepararme, nada podría haberlo conseguido. Respiró hondo, me miró con ternura y acercó sus manos a mi cara, la acarició, sus manos siguieron avanzando hasta la nuca y se movió acercándose ella a mí en un abrazo, el cual yo correspondí. Después, resbalamos hasta estar de rodillas y nos separamos despacio, muy despacio, y poco, muy poco. Su mano buscó la mía, y con la otra aún al cuello, me besó, me regaló su primer y último beso, nuestro único beso, antes de despedirse. Aquel gesto nos unió sin límite, dejando un sabor más amargo, si era posible, a su último y verdadero adiós. Antes de partir nos permitimos llorar el uno por el otro, ella con su rostro en mi hombro y yo con la cabeza sobre suya. Y con los ojos rojos salió de aquella caverna... y desapareció de mi vida, pero no de mi corazón.



Comentarios
mikanor99 - hace más de 10 años
Antes de nada decir que esta historia no es mía, es de un amigo que quiso que se la publicase aquí para ver si a la gente le gustaba, no quiero atribuirme el merito de esta historia que a mi personalmente me gusta mucho, disfrutadla!
spidrmancoy - hace más de 10 años
A mí también me encanta, qué bien escribe tu amigo Qué bonito y triste a la vez, la única despedida q me gusta es la del invierno.
julialalalasehizoguia - hace más de 10 años
Uau! Preciosa... Me ha conmovido. Es impresionante lo que podemos hacer con simples letras, con simples palabras. Que se pueda llegar a emocionar, a contar, a expresar quienes somos... Un aplauso!
ritonga - hace más de 10 años
Me ha gustado mucho la manera en la que ha descrito todo, me ha hecho ponerme en su piel.
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