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Mi mundo en una neurona

Publicado por atenea el 17/03/2015 · Categorías: Creación

Para Lunnaris:

La finalidad del corazón humano no es ir bien vestido y maquillado. Es ser querido, porque el corazón está para amar y ser amado. Para los judíos era el núcleo del cuerpo, porque se consideraba el centro de los sentimientos, pensamientos y acciones. El modelo de belleza actual es un conjunto de características que varían con el tiempo, a la vez que cambia la sociedad de la que se parte. La genética no hace la belleza.

La palabra belleza no debería significar unos ojos claros, un pelo brillante y un cuerpo delgado. La belleza está en las ideas de cada mente pensante: una realidad utópica, un árbol mudando la copa, una sonrisa. Por la personalidad desarrollada de cada uno, los 7 colores admiten distintos matices. No decidamos ponernos de acuerdo para descartar los tonos sucios o grises. No supongamos un azul universal que rija nuestros cielos. Admiremos las luces con sus sombras, la fuerza de cada persona con las debilidades que nos humanizan.

Admiración: La belleza debe admirarse, no poseerse. El que la posee lo agradece pero, ¿cómo presumir de ella? ¿Cómo presumir de un regalo que nos viene dado? Un regalo desinteresado, por el que nadie de forma pura puede pagar ningún precio. No tiene ningún mérito presumir de algo que no es fruto del esfuerzo personal. Que sí, que el cuerpo debe estar sano y fuerte, y esto supone una atracción, pero el cuerpo en forma sí que es trabajado y por ello es admirable. Con la mente ocurre lo mismo. ¿Cómo presumir de una mayor capacidad intelectual si ésta nunca salió del huevo? Un cerebro inteligente no puede ser admirado sin haber pensado en la estupidez que lo atañe.

¿Qué hay de mayor belleza que una cúpula de estrellas, de astros inmensos que relucen como el cuarzo en el mármol? Cuando nos damos cuenta de que todo lo que abarquen nuestros ojos, puntos de fuga, líneas de tierra y horizontes, son una mota de polvo finita en el cosmos. Ojalá ésta filosofía llegase a toda esencia en la tierra. Para que los por qués se sembrasen en cada neurona aflorando en forma de ideas que construyen, avivan, renuevan... ensueñan.

Pero... Dejemos a un lado las críticas desdeñosas. Así tumbada los luceros bailan en un mar de nubes que brilla sobre mi cuerpo, y lanza destellos a lo largo y ancho de la ladera en penumbra. Antes me quedé mirando a ras de suelo, observando con la paciencia de un cazador algún movimiento en la arboleda de más abajo. La quietud acunaba los árboles, de los que se adivinaba vida, como si en cualquier momento pudiese entre verse un nigromante recortado por las ramas del bosque espeso. Pero devolví la vista al cielo. Esos colores, pensé, debían estar inundando mis pupilas como inundaban todo. Cuando eres tan pequeño, de repente la hierba bajo tu cuerpo se vuelve mullida, hasta confortable, convirtiendo el suelo en una cama de negrura, sin interés alguno. Las nebulosas y cuerpos celestes se despliegan en tu mente como si de una zambullida en una piscina se tratase. Te envuelve, dejándote sin respiración por segundos. Hasta que vuelves a respirar, con vértigo por ese mundo que se cierne. Y es que... ¿y si soy yo la que se encuentra en lo alto y el cielo lo que me sostiene para no caer sobre el mundo? Revuelve las tripas no poder asegurar ni una luna donde posarse. ¿Y si me caigo? Enrede los dedos en la hierba y presioné la espalda contra ésta. En cualquier momento el caos podría tornar la realidad, y entonces caería... caería perdiéndome entre la nada que constituye este todo infinito. Cojo aire lentamente. Así el mundo no se dará cuenta de que, como un parásito, en él vivo y por él me alimento. Y entonces llega otra duda de esas que se instalan e interconectan formando un complejo puzle. ¿Qué bien puedo hacer a éste mundo puro y límpido más que callar y fundirme con él? Tanto mal ha hecho el hombre... No.

Volvamos al principio.

¿Dónde estaba? Llegué a una cuneta oscura y vacía. Más allá de ella se advertía el fin del mundo, presuroso en su quietud, mágico en su alma inerte. Había algo en esa oscuridad que me llamaba: Nada. Di un paso, otro. Me adentré atenta, bajando una cuesta de tierra. No oía más ruidos que los guijarros a mis pies. Mirando hacia delante, sólo esperaba que alguien me llevase de nuevo al coche, y con la cabeza entre los hombros y las manos en los bolsillos salí de la arboleda que hacía linde con el camino. Se me olvidó respirar. Tenía miedo. Espera, ¿tenía miedo? ¿Miedo a lo que no pudimos crear? ¿A la cuna que nos vio nacer? Ha aparecido una sonrisa irónica en mi cara. Pensadlo, ¿qué os parece? Un animal que reniega de su origen. Una idea... que quiere desprenderse de su creador. ¿Somos tan sabios, lógicos y racionales como pensamos? Pero, ¿qué son estas palabras sino fonemas vacíos y ruidos insulsos en cielos amurallados?

Seguí andando hasta que la luz de la última farola desapareció a mis espaldas. Y me invadió una impotencia liberadora. ¿Y ahora qué? Ya no soy, ya no existo. Pues no soy nadie si nadie me piensa o alude. Abrí los brazos y al ritmo de un escalofrío eché la cabeza hacia atrás. "Ya está", sonreí de nuevo. " No hay más". Me tumbé en el suelo. Y volvemos al principio.

¿De nuevo?

De nuevo.

¿Cómo acabé en la cuneta?

Estaba en el coche volviendo a casa, de noche, tras pasar la tarde en casa de mi abuela. Delante del todo se escuchaban a mis padres, dialogando tantos temas que constituyen el mundo adulto. Mis hermanas guardaban silencio, cada una apoyada en su respectiva ventana, dos de ellas parecían haber caído en brazos de Morfeo, pero Irene, sentada delante de mí, observaba distraída la misma realidad que yo, únicamente diferenciada por pocos grados y otro cristal. ¿En qué estaría pensando? Se oía escasamente el ruido de los cascos resonando en sus oídos. ¡Qué triste no poder compartir mundos! Yo abriría las puertas de mis utopías a cualquiera que desease soñarlas. Una discusión afloró, como era habitual, y subí el volumen de mis cascos. Cerré los ojos y me hundí en mi asiento. Vaya... Vivaldi hizo eco en mis oídos y el tiempo se paró. De repente estaba fuera del coche, y sus faros me mostraban la cuneta. Que cierto cuando se dice que la vida es sueño. Que solitaria es la mente cuando sólo puedes dialogar contigo...

Mi vista se desvaneció con el sonido del aceite que vertía el coche salpicando sobre los guijarros.

Me desperté tumbada en la cama de mi abuela, despertando descansada de un sueño ligero. La ventana filtraba haces de luz a través de la persiana, dejando a la vista la estampa de Jesús que guardaba su reposo. Hace mucho que no tengo una pesadilla. Me pregunto de cuántas me habrá librado. He pensado en ese cuarto por la tranquilidad que me transmite. Con un silencio limpio, revuelto únicamente por los pájaros del jardín de al lado. Mm... me gustaría ver a mi abuelo.

Fui al salón y le vi sentado en la butaca del fondo, la que siempre se reservó para él. Me senté en el sofá de al lado, y bajó el periódico para observarme con su mirada seria y reposada. Me miré a los pies, que después de tantos años volvían a colgar del sofá y se movían impacientes, y el volvió la vista al papel. Como siempre me contenté con estar a su lado, ya que nunca había conseguido sacar conversación con él.

Al rato volví al cuarto y me senté frente al escritorio. Un mapamundi estropeado se desplegaba sobre éste. Di cuerda a una figurita de un soldadito, que al apoyar de nuevo comenzó a viajar de frontera en frontera, sin tregua. Comenzando en Groenlandia se deslizó hacia Dinamarca y pisoteó centro-Europa sin miramientos. Apoyé la barbilla sobre la mesa, y el solitario militar desvió su trayectoria hacia África. Pasó el estrecho y entre zancada y zancada atravesó España de Norte a Sur. Al llegar a Somalí a disminuyó su velocidad y renqueó quedando bañado por el Índico. ¿Era ésta la meta de aquel pobre hombrecillo?¿Hasta ahí llegaba una vida de aventuras y viajes increíbles? ¿De sueños y fantasías?

Si existiese un gigante así le pediría que me llevase en su hombro. Como el loro de cualquier pirata. No le pediría nada más que permitirme acompañarle. Bueno, ¿a qué necio se le ocurriría negarse? Cojí al soldadito entre mis dedos. "¿Tú te negarías?", dije fijándome en sus pupilas de cristal.

¿Conocéis la teoría de la inflación cósmica? Un universo que lo mismo se expande que implosiona, siguiendo un latido esporádico que es tan ajeno a  nosotros como un lunar en la espalda de un esquimal. Sería muy retórico suponer que el universo es la aurícula izquierda de un ser que se funde que delimita con la nada en algo tan efímero e inquebrantable como el tiempo. Comencé hablando de eso, del corazón humano. Pero... ¿y si en verdad nuestro corazón es un universo? Tendría más sentido hablar de la cabeza, ¿no? Vale. Mi mundo en una neurona. " Cada uno de nosotros somos fruto de un pensamiento de Dios". Mi abuela me dijo eso. Es una bonita forma de verlo: Todas mis ideas y sueños, regadas por Dios. O por la nada, si no existiese éste. ¿Una persona muere cuando su corazón deja de latir o un corazón deja de latir cuando una persona muere? "Hemos matado a Dios" , dijo Nietche. Guau... Si así fuese, mi universo perdería su sentido. Si colorease mi mundo, lo   llenaría de colores pastel y acuarelas. ¿Y vosotros?

Es difícil aprender a no saturar los dibujos. Saber cuándo parar y darlo por terminado. ¿Lo doy por terminado? Mm... no. Mi lienzo sigue en blanco, y mi cabeza quiere contar mucho más. Esto es lo que me sucede cuando salgo de mí. De repente mi alma se encuentra observando un cuadro que altera sus líneas de forma ralentizada. Los sonidos son limpios y claros, pero tan lejanos que aunque sea consciente de lo que pueda suceder, no me perturba. En esos momentos odio forzar sonrisas. Yo no sonrío a los cuadros. No sé por qué deben buscar mi reacción a sus gestos. Pero puedo pasarme horas admirándolos. Y el tiempo empieza a bailar entre los límites del marco como si se tratase de una fotografía de El profeta. Reta a un retrato a que baje la mirada.

Sería estúpido más que irónico, como el cuento del joven tan orgulloso que desafiaba con la mirada a todo el que con ésta se cruzaba. Un anciano, puso en duda su superioridad, y le invitó a retar al sol a que bajase la mirada. Así el joven se pasó horas y horas mirando fijamente a la estrella, pero para cuando el sol se puso, él seguía con la mirada fija en el mismo punto. Su orgullo le había cegado, y por ello su adversario jamás sería vencido, puesto que sus ojos ya no verían otra cosa jamás.

Bueno, pero no es el reto que os ofrezco. Os invito a que adivinéis el mundo a través de los ojos fijos de una pintura. No tengáis miedo a entrar en una pintura, no es extraño. Somos nosotros los que observamos esos mundos desde una ventanita. Somos nosotros los extraños.

Ups! Se me ha pasado la clase volando. Ya es hora de despedirse. Mm... Tengo hambre. Creo que tengo un bocadillo de chorizo.