Jóvenes memorias + de vuelta!!
¡¡Hola a todos, mis pequeñ/perfiles/ lector@s!! Llevo mucho tiempo sin pasar por aquí, y lo echaba realmente de menos. Este curso está siendo difícil, por lo que no puedo dedicarle tanto tiempo a esta bellísima afición. Pese a todo, no he dejado de escribir! Así que intentaré retomar mi trocito de mundo poco a poco con cositas nuevas. Sin más dilación, os dejo con este relato. ¡Que lo disfrutéis! -Catnip

“Juventud, divino tesoro; ¡ya te vas para no volver!”. Aquellos versos de Rubén Darío resonaban en su mente y le calaban en lo más profundo de su ser mientras caminaba por aquella calle que tan bien se sabía ya. Como cada mañana desde hacía ya siete años, Basilio recorría la sombría y estrecha avenida de aquella ciudad suya que separaba su casa de la primera parada que acostumbraba a realizar. Con paso lento, titubeante pero decidido avanzaba por las sombras, pues el sol aún dormía al igual que los residentes de la colmena de edificios que se erguía sobre la calzada. Pese a ello, el invernal cielo comenzaba a tornarse cristalino, con unos reflejos rosados típicos de aquella estación del año.
Paró un momento para retomar el aliento y recolocarse las gafas, que se resbalan por el puente de su puntiaguda nariz, con pulso tembloroso cuando un joven de unos veinte años apareció con paso apresurado por su lado, chocando su hombro con el de Basilio, haciendo que este perdiese el equilibrio momentáneamente y favoreciendo la caída del reloj que saltó de su bolsillo con el tropiezo sufrido. Este crujió al caer al suelo, y Basilio soltó un “uy” sorprendido con el que se ganó una mirada de reproche del muchacho y un “aparta, viejo”.
El hombre se agachó con dificultad y, recogiendo el reloj, comprobó que la esfera de latón seguía intacta, funcionando con normalidad. Se lo guardó en el bolsillo y suspiró, cansado, antes de seguir caminando por la cada vez más despierta calle. Su mente volaba entre los múltiples pensamientos que se amontonaban en su cabeza, saltando de unos a otros sin control. Tanto que, de no haber sido por el olor que caracterizaba el lugar al que se dirigía, hubiese seguido andando sin un rumbo previamente fijado.
Se detuvo a las puertas del local, cerrando los ojos a la par que tomaba una profunda bocanada que empapó sus pulmones de aquel aterciopelado olor que cada mañana le embriagaba más que la anterior. De pronto salió una mujer joven del establecimiento, sacándole de su ensimismamiento.
- ¡Buenos días, Basilio! ¿Qué te vas a llevar hoy? -preguntó con una cordial sonrisa.
-Hoy hace un buen día para comprar unas camelias, ¿no crees? -respondió después de meditar durante unos instantes acerca de cada una de las flores que se mostraban, vanidosas, ante su vítrea mirada.
La muchacha asintió, aun sonriendo, y tras unos minutos de espera le tendió un pulcro ramo de sonrosadas camelias que Basilio olfateó, cerrando los ojos durante un segundo. Pese a la negativa de ella a la hora del pago, la insistencia del anciano y su agradecida sonrisa hizo ue terminara aceptando la suma de dinero.
- ¡Hasta mañana! Ojalá le gusten. -dijo la chica, despidiéndose de Basilio con una sonrisa radiante
-Por supuesto, que tengas un buen día. - Y, bajando la gorra plana a modo de saludo, siguió con su camino
Tras una pequeña caminata llegó a las puertas del edificio que ya acostumbraba a visitar pasado el alba. Entró, y allí se topó con las risueñas caras de las recepcionistas.
-Buenos días, Basilio. ¿Qué le traes hoy a Davina?
-Buenos días. Unas camelias, traídas esta mañana desde las mismísimas tierras de Oz. -respondió, con una leve carcajada final que despertó unas risas colmadas de ternura en las mujeres.
-Adelante, pues. ¡Qué las disfrute!
Con una inclinación de cabeza se dirigió al ascensor que le llevaría a la primera planta. Una vez allí, atravesado ya el interminable pasillo de color melocotón que le separaba de su destino, se paró en una puerta con la pintura pálida desconchada que rezaba el número 114 en letras góticas doradas. Estaba nervioso, tenía que admitirlo, y se recolocó la pajarita que llevaba ceñida el cuello con manos sudorosas. Inspiró hondo aquel aire estéril característico del lugar en el que se hallaba entremezclado con el aroma de las flores que tenía entre las manos.
Llamó a la puerta cuatro veces, con un ritmo reconocible, y se mantuvo en el umbral de la puerta hasta que oyó una leve voz que le daba paso. Entró, decidido, para encontrarse con la estampa a la que ya estaba acostumbrado: una mujer, con los cabellos canos, yacía sobre una camilla, respirando a través de una máquina. Abrió los ojos que, pese a su apariencia física mortecina, desprendían vida y cariño.
Basilio la miró con los ojos de un joven enamorado y se sentó al borde de la cama, junto a la mujer que le miraba con ojos interrogantes. Este le dio un tierno beso en la frente, humedecido por as lagrimas que comenzaban a derramarse por sus ojos, y le ofreció el ramo de flores, no sin antes pedirle que cerrase los ojos y las oliese, cosa que ella hizo sin dudarlo.
- ¿Quién eres? -murmuró la anciana. Aquellas dos palabras se clavaron en el alma de Basilio y le hicieron volver, como cada mañana, al discurso que tenía prediseñado para recordarle a su mujer acerca de su persona.
Y es que a los pies de la camilla había un informe médico en un portafolios que decía lo siguiente:
Davinia Hernández Pérez
Mujer, 86 años
Alzheimer severo



Comentarios
spidrmancoy - hace más de 8 años
Se te ha echado de menos. Pero vuelves fuerte jaja, me encantan los finales así, un detalle que hace que toda la historia cobre sentido. Te felicito, y ánimo con el curso, ya queda menos :)
rulparty - hace más de 8 años
A mi también me ha encantado!! (aplausos)
catnip_ - hace más de 8 años
Muchas gracias a ambos!! Echaba de menos compartir mis textitos. Espero no volver a dejarlo!! :D
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