La llamada de un nuevo despertar
Me desperté súbitamente, con una indescriptible sensación de desasosiego fuertemente aferrada al pecho. Abrí los ojos de golpe, quedándome a ciegas unos instantes debido al golpe de luz que se incorporó en mi campo de visión, antes a oscuras. Aún era de noche, y una extraña luz se colaba por la ventana que tenía sobre mi cabeza. La suave brisa veraniega que entraba por la misma me arremolinaba el pelo alrededor de mi cara. Me lo aparté con la mano con nerviosismo. ¿¡Por qué demonios se me quedaba pegado a la cara!? Me sentía febril, angustiada, como si un ente me estuviera susurrando al oído que algo no marchaba bien.
Me levanté apresurada y, tras un leve mareo que me nubló la vista durante unos segundos, estiré las manos para tratar de guiarme (en vano) por la oscuridad en la que se sumía mi habitación. Mi corazón latía a tal velocidad que temía desmayarme en cualquier momento, así que posé una de mis manos sobre mi esternón, tratando de calmarlo. Mi cabeza bullía de actividad, volando entre las emociones que se congregaban en mi cabeza a una velocidad vertiginosa: incertidumbre, nerviosismo, desazón, angustia y… Tranquilidad. Sí, tenía la extraña certeza de que debía mantener la calma. Pero no podía, puesto que mi cabeza estaba sumida al completo en un caos de emociones que me alejaban bastante de la calma que creía sentir.
De pronto mi mano chocó con la puerta, haciéndome dar un leve respingo que me sacudió de la cabeza a los pies. Agarré el pomo con una mano temblorosa que se me escurría por la superficie del mismo, así que tuve que recurrir a ambas manos para poder girar el resbaladizo tirador; lo cual me puso más de los nervios. Abrí la puerta con brusquedad, haciendo que rebotase cuando la dichosa manilla chocó contra la pared cuarteando el gotelé que cubría cada rincón de mi andrajoso dormitorio. Maldiciendo por lo bajo salí al pasillo, pensando en las futuras quejas de mis vecinos; pero me concentré únicamente en descubrir qué era aquello que me causaba la sensación de intranquilidad que se apoderaba de mi cuerpo y mente en esos instantes.
Llegué a la cocina (que hacía las veces de salón) y sentí la imperiosa necesidad de salir de casa. Sea lo fuere que me mantenía en tal estado de intranquilidad me esperaba fuera. Así que cogí una camiseta blanca de tirantes y unos pantalones cortos granates que tenía colgando de una silla, me puse a tientas unas chanclas que tenía cerca de la puerta que daba a la calle, cogí mis llaves de casa y, tras varios intentos en los que mi temblante pulso no encajaba la llave en su cerradura, salí sin preocuparme de si cerraba o no la puerta y del ruido que ésta hacía.
Comencé a bajar las escaleras que separaba mi cuarto piso del nivel del suelo. Prácticamente saltaba de escalón en escalón, de tres en tres, esquivando objetos invisibles, con el corazón latiéndome en las sienes y a punto de explotar. En uno de los tramos de escalera me tropecé, fruto de la velocidad vertiginosa con la que me enfrentaba a cada peldaño, y caí de bruces contra el suelo. Notaba cómo mis rodillas se habían llevado el mayor impacto y mis muñecas se quejaban doloridas por la rapidez con la que se habían visto obligadas a sujetarme. En cualquier otra situación hubiese hecho rechinar los dientes y me hubiese sentado en el suelo a examinar mis heridas con la corta experiencia que una enfermera de 4º año como yo tenía. Pero en aquel momento me levanté como un resorte, frotando mis manos para desentumecerlas, me sacudí las despellejadas y amoratadas rodillas y seguí bajando las escaleras con más ansia que antes. Aquello me atraía con una violencia inexplicable que me hacía moverme mecánicamente.
Llegué por fin a la puerta del portal, jadeando tras la precipitada huida de mi casa, y la abrí sin vacilaciones. Miré alrededor pero no vi a nadie, y la sensación de angustia pesaba cada vez más sobre mi pecho, como si fuera una losa a punto de aplastarme. Tiritando a pesar de la cálida temperatura que hacía en esa época me asomé a la calle contigua, en busca de algo que arrojara un ápice de luz sobre mi creciente ansiedad. A lo lejos vislumbré la figura de un chico que parecía de mi edad al que no había visto nunca antes. Achiné los ojos y vi que mantenía su mirada fija en el cielo, pero en el momento en el que deposité mi mirada castaña sobre él se giró, mirándome fijamente y volviendo de nuevo la cabeza hacia el cielo nocturno.
Extrañada, decidí imitarle y volteé la cabeza hacia arriba. Y allí estaba. Sola, taciturna, iluminando todo con su sola presencia. Una luna que se erguía orgullosa sobre las cabezas de aquellos que seguían durmiendo o que, al igual que el chico que se encontraba unos metros hacia mi izquierda y yo, la desnudábamos con la mirada en aquella madrugada de verano. Pero esta luna no era como la de siempre. Tenía un color rojizo que me invitaba a mirarla fijamente sin casi pestañear, y desde el primer momento en el que posé mi miranda sobre su agujereada superficie noté cómo mi turbación desaparecía por completo, dejándome en su lugar una serenidad y una paz que nunca antes había sentido. Noté cómo mi mente se despejaba y me dejaba verlo todo claro, cristalino como el agua.
Sabía qué debía hacer a continuación.




Comentarios
spidrmancoy - hace más de 9 años
Jaja sabía que la atracción de la Luna provoca las mareas, pero la chica de la historia le provocó mareos XD A mí las noches me encantan, parece que aunque hayan las mismas cosas todo es diferente. A los vecinos no les debió hacer mucha gracia la búsqueda de la paz de esta chica pero bueno... Me ha encantado (inserte aquí aplausos)
catnip_ - hace más de 9 años
Jjajaja no parece que a los vecinos le hiciera mucha gracia!! Y muchas gracias!! :D
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