Autocrítica disfrazada.
Salí a fumarme un cigarro al portal, era una noche de enero y el frío se hacía ver. Termino de liarme el cigarro mientras me tiemblan las manos y doy una calada que me llega hasta el fondo. Ah, esa bocanada que me lleva lejos… Alzo la mirada y ésta alcanza a ver una silueta oscura: alta y delgada, dulce que a la vez emana tan amargo dolor, débil pero a la vez tan fuerte. Cuanto más se acerca más me doy cuenta: es una chica joven. La observo mientras camina y comienzo a analizar:
“Me pesan los pies, no quiero avanzar, aunque me queman las ganas de correr, volar, huir, evadirme… Anhelo aquellos días en los que me miraban con buenos ojos, me decían todo lo que valía y me ayudaban a levantarme de cada caída, los días no me pesaban y me alegraba hasta el menor detalle. Todo cambió cuando una oscuridad abrumadora se cernió sobre mi persona.
Todos cambiaron su forma de ser conmigo, cuando estaba con mis amigos ni siquiera me hablaban porque no querían estar cerca de una persona depresiva, a nadie le gusta una persona triste. La relación con mis padres dio un giro inesperado, las risas se convirtieron en peleas, los comentarios de ánimo en gritos y las felicitaciones hacia mi persona desaparecieron de la noche a la mañana.
Pasé de salir todos los días a hacer ejercicio a estancarme en mi habitación, no tenía ganas de dejar aquella fortaleza oscura de cuatro paredes. Notaba la vergüenza todas las mañanas al mirarme en el espejo, solo quería saltar y acabar con todo. ¿Dónde quedó esa pequeña con una sonrisa de oreja a oreja? ¿Dónde quedó esa niña con metas y objetivos? No lo sé, solo tengo clara una cosa: todos añoran a aquella niña de ojos vivos, pero a esta adolescente sin ganas de nada nadie la echaría en falta.
¿Por qué si todos me ven mal no me ayudan? ¿Tanto asco doy? Solo quiero acabar con toda esta situación… No entiendo esta forma de ver el mundo, entonces, ¿por qué está tan aferrada a mi persona? No lo entiendo, estoy harta de no saber lo que me pasa. Tantos cambios y giros que ha dado mi vida en tan solo unos meses y nadie me ha pedido permiso ni ha preguntado por mi opinión…
Echo de menos que los chicos se fijen en mí, ya nadie quiere estar con una chica como yo. Primero me saludan, me hablan y cuando ven mis ojos vacíos se marchan… Soy una chica de dieciocho años, yo también pienso en esas cosas, ¿acaso nadie lo ve? Me siento tan sola…”
No es la única adolescente que se siente así, pero al no poder hablar con nadie (porque nadie se ha interesado por ella), no es capaz de verlo. Esta sociedad realmente es la que nos inyecta todos los prejuicios, complejos y problemas que tenemos, pero también nos inculca la actitud de: “Es diferente, no sé si quiero acercarme a él/ella, ¿y si los demás piensan que soy rar@?”. Ese es el problema que le veo, pero no puedo hacer nada contra años de historia… Le doy otra calada al cigarro y disfruto de este pequeño paraíso de frío y humo que formé años atrás.



Comentarios
No se pueden incorporar más comentarios a este blog.