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Mi trocito de mundo

Madrid

Publicado por catnip_ el 24/04/2016 · Categorías: Pensamientos, Creación, Gente

Hoy os traigo un relato con el que he quedado 1ª en el concurso literario de mi instituto. ¡Que lo disfrutéis!

Metro "La Latina"

 

Madrid. Simplemente ella era todo lo que necesitaba. Su Madrid. La ciudad que le vio nacer, aprender a base de caídas, crecer tanto física como emocionalmente; la ciudad que le vio prosperar. ¿Y ahora? Estaba allí, paseando por sus calles. Reencontrándose con sus amargos recuerdos y consigo mismo, pues en aquel instante estaba tan perdido que si alguien le hubiese preguntado acerca de su aquello que llevaba en el bolsillo, no habría sabido qué responder.

Había perdido la noción de su existencia. Desde aquel día, su vida había cambiado. Pero no para mejor, como cabía de esperar, si no a peor. Ahora, su vida se basaba en la monotonía que suponía su día a día: levantarse, desayunar, salir, volver a su apartamento, comer, volver a salir, cenar en algún sitio, volver y acostarse. Todos y cada uno de sus días desde que pasó aquello habían sido iguales. A la edad de 19, Gael decidió emanciparse. Estaba cansado de que sus padres le recordaran una y otra vez, cada día de su vida, la carga que suponía para ellos. ¿Y por qué no se independizó antes?, pensarás. Por la misma razón por la que muchos jóvenes no lo hacen hasta que alcanzan cerca de la treintena: por falta de dinero y trabajo.

Terminó sus estudios en el instituto, bachillerato incluido, a pesar de las dificultades impuestas por sus padres. Debido a su mayoría de edad empezó a trabajar para un periódico local organizado por un grupo de chavales poco mayores que él. Se encargaba de realizar entrevistas a gente de poca monta, tales como el panadero del barrio de Malasaña, la vecina del 5º de un bloque de Lavapiés que aseguraba haber visto un ovni, el camarero del  Barrio del Pilar que decía saber un secreto nacional (que de haber sido así no le contó)… Realmente este trabajo no le aportaba gran cosa, pero poco a poco fue ahorrando lo suficiente como para poder permitirse alquilar un minúsculo aunque acogedor piso en Alcobendas un año más tarde.

Ese cambio de aires trajo consigo la oportunidad de su vida: trabajar en un periódico de más calibre. A pesar de que al principio empezó como secretario, con los meses demostró su valía como reportero, y le concedieron su propia columna a la que llamó “Dame cinco minutos y te contaré toda una vida”, en la que en pocas líneas exponía una entrevista con gente corriente. Esa sección demostró gustar a los lectores tanto, que finalmente consiguió ocupar toda una página únicamente para sus entrevistas, cada vez más interesantes.

Hasta que llegó ese día. Como todas las mañanas, Gael se dispuso a salir para buscar a su siguiente objetivo cuando, mientras caminaba por el barrio de La Latina con su cámara en mano, un anciano le agarró del brazo con una fuerza sorprendente para su avanzada edad, haciéndole parar en seco.

-          Eres Gael Figueras, el periodista, ¿verdad? – dijo con voz agitada.

-          Sí, el mismo. ¿Qué le…?

-          Tengo algo que podría interesarte. –le cortó, sin dejarle terminar. –Si estás dispuesto a verlo, ven conmigo.

Aunque parecía una proposición, el hombre seguía agarrándole del brazo cuando echó a andar, de forma que a Gael no le quedó otra que seguirle. ¿Qué tendrá?, pensó inquieto.

Con paso raquítico pero apresurado, el anciano le condujo a un callejón cercano que Gael desconocía. Una vez allí, el hombre se paró frente a una puerta con la pintura blanca desconchada que se encontraba a un leve desnivel del suelo debido al escalón sobre el que se apoyaba. La puerta tenía únicamente una cerradura vieja y un picaporte de metal oxidado. El individuo le soltó el brazo y sacó una llave de su bolsillo que, con pulso tembloroso, metió en la cerradura. Gael pensó en salir corriendo, pues parecía más un secuestro que un descubrimiento a punto de serle realizado, pero su curiosidad le dejó clavado en el sitio.

Tras varios intentos, consiguió abrir la puerta, pero no entró inmediatamente. De hecho, cerró ligeramente la puerta, dejando tan solo una fina línea por la que no se atisbaba el interior. El hombre se giró, mirando a Gael (quien no pudo esconder su sorpresa) con ojos entornados, y en un abrir y cerrar de ojos le cogió del brazo de nuevo y le introdujo consigo en una habitación oscura, iluminada por una pequeña ventana con rejilla a tres metros del suelo. Pese a que era de día, el pequeño ventanuco no proporcionaba la suficiente luz para ver algo dentro de esa sala, por lo que Gael se sentía perdido notando únicamente una presión en su brazo que le guiaba por unas escaleras que bajaban.

El tramo de escalera resultó ser más largo de lo que se esperaba, lo que le empezó a crear una sensación de nerviosismo. Cuando por fin tocó suelo llano, el anciano encendió una especie de antorcha. Caminaron por un estrecho pasillo de piedra húmeda y mohosa, hasta que llegaron a otra puerta de madera destartalada. El hombre susurró algo y abrió la puerta. ¿Se había santiguado? No, no lo creía. Entraron y la puerta se cerró tras ellos, haciendo que Gael diera un respingo. Le soltó el brazo y pudo observar, mientras que el viejo se dirigía a una especie de estantería de madera, que era más mayor de lo que parecía en la calle. Allí, únicamente iluminado por la luz de su antorcha, el hombre parecía tener al menos cien años. Aquello sumado a la antigüedad que parecía tener ese lugar le extrañó aún más.

Tras rebuscar en un par de cajones, el anciano se giró para mirar a Gael y se le aproximó. Cuando llegó a su lado, levantó un pequeño frasco que tenía en su mano y lo puso a la altura de sus ojos. Gael escudriñó en su interior y vio un poco de líquido transparente, que parecía tomar reflejos morados a la luz de la antorcha.

-Esto que ves aquí –comenzó el hombre, con voz grave.- es algo en lo que he estado trabajando durante… mucho tiempo. Tú decides si quieres publicarlo en el periódico y, aunque seguramente no me creas, deja que te lo explique…

Y ahora, paseando por las calles de Madrid, recordaba aquel día tan nítido como si lo hubiese vivido el día anterior. Sin embargo, cada vez que lo recordaba, su cuerpo se estremecía. Después de aquello dejó su trabajo en el periódico sin haber publicado nada acerca de ello, y su vida se basaba en la monotonía del día a día.

 

Porque claro, ¿qué podía hacer si no, llevando el elixir de la inmortalidad (con pruebas de que funcionaba) en el bolsillo derecho de su chaqueta?


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Comentarios

  1. spidrmancoy

    spidrmancoy - hace más de 9 años

    He dicho venga, voy a leer un último post antes de irme a dormir. Y no comento que me enrollo.. Pero es que no he podido evitarlo. Qué giro final... ¡merecidísimo premio!

  2. catnip_

    catnip_ - hace más de 9 años

    Muchas gracias!! Y no te cortes al comentar, me gusta ver lo que piensan los que me leen sobre mis textos!! :)

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