Vidas pasadas
La joven escuchaba atentamente todas y cada uno de las palabras que él decía. Estaba inmerso en sus pensamientos, tanto que eran pocas las veces en las que levantaba su mirada de la hoja de papel que tenía delante. Pero cuando lo hacía, su mirada gris como la ceniza se clavaba en la de la muchacha, azul como el cálido cielo en verano; transmitiendo la emoción de aquellas palabras de una manera sutil y delicada.
El hombre, de ya avanzada edad, relataba sus recuerdos con mimo, tomándose un tiempo en escoger las palabras más adecuadas para dar vida a sus largos años de historia. La niña le miraba, ensimismada ante tal cantidad de vivencias que huían de lo cotidiano, imaginándose con mínimos detalles todo lo que su abuelo le narraba.
Tenía un cuaderno a modo de chivato en el que había escrito parte de sus anécdotas por temor a que se le olvidaran mientras le contaba a su nieta algunas de sus experiencias, a pesar de que había muchas otras de las que no tenía nada escrito y que le contó con más detalle que ninguna otra. Cosas que la gente habría considerado pormenores, tales como que desayunaba cola cao con galletas, que solía montar una yegua que su padre tenía, o que le gustaba escribir cuentos basados en su novela favorita (que él aseguraba que más bien era un cuento en forma de novela); eran las cosas que hacían que la joven se pudiese imaginar el pasado de su abuelo como algo no tan lejano y, sin embargo, repleto de magia. Era una época muy diferente a la suya actual, pero no por ello menos interesante, pues la vida en el pasado era lo que más curiosidad despertaba en ella.
Y no son solo ya las palabras de uno y las preguntas de la otra, si no la complicidad que se apreciaba entre ambos. No hacía falta ni una mirada para que ella sintiera las mismas sensaciones y sentimientos que él ya vivió y trataba de hacer ver a su nieta. Reían con las mismas anécdotas, torcían el gesto ante acciones pasadas desafortunadas, y la joven abría los ojos de asombro ante ciertos recuerdos que su abuelo le detalla con una precisión ambiciosa.
Una vez concluida aquella liviana conversación, ambos se dieron cuenta de que habían prendido algo el uno del otro: ella, que las personas tenían pasados asombrosos que estaban aún por descubrir; y él, que algo tan sencillo como contar la historia de su vida te puede alegrarle la tarde, e incluso un trocito de vida.




Comentarios
julialalalasehizoguia - hace más de 9 años
¡Qué bonito! Muchas veces pienso: ¿Qué pasaría si en vez de preguntaros qué tipo de música nos gusta, nuestra película preferida o nuestros hobbies empezáramos a preguntarnos cosas como qué es aquello que más nos ha hecho sonreír, o qué nos da miedo, o cuál es nuestro mayor sueño...? :D
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