La teoría del dragón dormido IX.
Me presenta a unas siete personas, me dice todos sus nombres y me quedo con ellos nada más decirlos. Es lo bueno de tener una memoria tan buena. Yo no hablo nada, simplemente escucho y analizo que clase de persona es cada uno. Me sorprende ver que son diferentes al resto, pero que juntos forman un grupo idéntico a los demás. Está el típico chulo, el que intenta encajar, el gracioso, la chica que solo piensa en sexo, el drogas (realmente todos consumimos drogas aquí), la que no le cae bien a nadie pero cree que sí... Y luego estoy yo, la chica callada que tiene la mente a kilómetros de allí mientras calada a calada consume discretamente su cigarro.
No quiero molestar a nadie, así que me quedo callada y espero a que suene el timbre. Me dicen que me quede con ellos, que se van a quedar fuera. Creo que este ha sido uno de los peores errores que he cometido en mi vida. Acepto y me siento en el corro.
Son las tres y diez, así que me levanto, cojo mi mochila y me la cuelgo sobre el hombro. Me despido, me lío un cigarro y empiezo a andar con la cabeza gacha. Todo a mi alrededor va demasiado deprisa, la vida me pesa y siento que cada paso que doy debería ser el último que diese. Siento que no me merezco seguir aquí.
Echo mano al bolsillo para sacar el mechero y enciendo el cigarro. Estoy a la altura de la puerta cuando levanto la cabeza y ahí está hablando con sus amigos. Riéndose, disfrutando aunque sea de esos dos minutos antes de emprender rumbo a casa. Paso de largo e intento no pensar en ella. Me pregunto cómo estará mi padre. Ya va por su cuarta operación tras el accidente aún recuerdo aquel día como si fuese ayer:
"Acababa de llegar a casa del instituto, eran las seis de la tarde y salí a la terraza a fumar. Cabe decir que yo estudiaba en Manzanares y por eso llegaba tan tarde a casa. Llamé a mi madre para saber si podía bajar a la tienda a estudiar allí un rato. La conversación no duró más de quince segundos.
- Hola, mamá. Ya estoy en casa, ¿qué tal?
- Inés, hablamos luego. Estoy en el hospital -susurró con un nudo en la garganta.
- ¿Qué ha pasado?
- Han atropellado a tu padre -colgó y se hizo el silencio.
En ese momento esperaba que mi hermano me zarandease y me despertase de la pesadilla, pero no fue así. Me llevaba mal con mi padre desde que tengo uso de razón, pero jamás deseé que le pasase eso. Ni a él ni a nadie. Como mucho a mí. Cuando reaccioné, bajé corriendo a la tienda para intentar distinguir entre la realidad y la ficción. Pero cuando llegué me encontré a mi hermano con los nudillos sangrando, la rabia entre los dientes y los ojos enrojecidos. Me contó cómo fue, sólo pude apretar los puños y lanzarme contra la pared. Esa llena de la sangre de los nudillos de mi hermano..."
Un escalofrío recorre mi cuerpo al recordarlo y un dolor intenso en mi tobillo izquierdo me devuelve a la realidad. Miro al suelo y sé que va a cambiar el tiempo. Es algo muy extraño, tras todas las lesiones, los cambios bruscos de temperatura hacen que se me resientan las lesiones. Llego a mi casa y no hay nadie. Lo primero que hago es tumbarme en la cama, taparme con la manta y echarme a llorar mientras aprieto los dientes hasta que me duele.



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