La teoría del dragón dormido XII.
2014... Todos vuelven a sus puestos y hay una copa de sidra para cada uno. Me bebo cuatro copas, mis padres no están atentos así que voy a por la quinta. Termino y salgo al exterior para que la brisa helada me despeje del calor abrumador que se ha formado dentro de la casa.
Doy una vuelta por la parcela, los pies me pesan cada vez más embarrados, las caladas me saben a gloria por quemarme la garganta, el único sonido que me acompaña es el de mis pasos y las pequeñas pisadas de los perros que me siguen allá a donde vaya. Llego a un extremo y me quedo observando como los fuegos artificiales iluminan el cielo nocturno y contaminado de Madrid en la lejanía.
Cuando quiero darme cuenta es la una de la mañana, saco el móvil para ver si me han llamado: nada. Lo guardo y levanto la mirada, me parece ver que algo se mueve al otro lado de la valla. Los perros se ponen tensos y se ponen delante de mí. Desde aquí me parece ver que se han hinchado, se han puesto en posición de ataque. Veo dos sombras en el camino, la única lámpara de este lugar es la luna así que no sé si es un delirio de mis monstruos. Un perro enorme se lanza contra mí y se da de bruces contra la valla. Retrocedo un paso y aparecen dos personas que lo atan.
- Perdona, es que no le gustan los perros y es algo agresivo -dice una de ellas.
Son dos chicas, que no llegaran a los veinte años, quienes atan al perro.
- No pasa nada, me ha dado un buen susto -intento cortar un poco la situación con una tímida sonrisa.
Se alejan por el camino y los dos perros se tranquilizan. Me siento y se tumban, cada uno a un lado y apoyando su cabeza en mis piernas. Ojalá pudiera congelar este pequeño momento, este pequeño detalle que han tenido conmigo... Pero a lo lejos escucho las voces de mi padre llamándome. Nos vamos...



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