La teoría del dragón dormido XIII.
Uno de enero, dos... Es el cumpleaños de mi madre. Me levanto temprano, otra noche más sin dormir. Busco por mi casa, pero no encuentro a nadie. Llamo a mi madre.
- Buenos días, felicidades. Ya te queda menos para los cincuenta, eh -siempre le digo lo mismo. Hoy cumple cuarenta y seis años.
- Y tan joven que me siento, ¿tienes algún problema?
- Yo ninguno, ¿donde estáis? -me extraña que no estén en casa a estas horas.
- Hemos bajado a la tienda. Date prisa, vístete y baja al garaje. Vamos a ver a tu abuelo.
- Vale -cuelgo y me preparo.
Ha sido el primer año que no he pasado las navidades con él, ni mi cumpleaños, ni el suyo... Le echo de menos, pero está mejor cuidado en la residencia. Tiene ochenta y seis años y ya no puede cuidarse él sólo. Desde los setenta y cinco toma muchísimas pastillas al día.
Cuando llegamos confunde mi edad con la de mi hermano y tarda en acordarse de mi nombre. Lleva sufriendo tanto tiempo... Es la única persona en mi familia que no me ha levantado la voz nunca, que nunca me ha insultado, nunca me ha dado la espalda...
Tres, cuatro, cinco... Diez. Estoy en el portal fumando, son las diez de la noche. El aire agita mi pelo, me hiela el aliento y me lleva lejos. Me lleva a un mundo en el que no hay miseria, un mundo en el que todos tenemos sólo lo necesario para vivir y no es necesaria una guerra para sobrevivir día a día. Ojalá pudiera quedarme en mi pequeña utopía... Subo a mi casa y mi padre está saliendo por la puerta. Me dicen que se han llevado a mi abuelo al hospital, le ha pasado algo. No me dicen nada más. Me quedo atónita, soy incapaz de hacer nada. Sólo voy a mi cuarto y me tumbo en la cama. Le lloro a la almohada, esa que no me abandona, esa que acaba empapada cada noche y que soporta mis gritos mudos, la sangre de mis brazos, la rabia de mis dientes...
Once, doce, trece... Quince. Hoy voy a verle al hospital, vamos mi hermano, mis padres y yo. Subimos a su planta y me entran escalofríos. Recuerdo cuando me ingresaron en la parte psiquiátrica del Gregorio Marañón. Los gritos, golpes, silencio absoluto... Sacudo mi cabeza y camino hasta su habitación. Me encuentro a mi prima por el camino. La saludo y le pregunto qué tal está, sólo me grita... Entro y mis tías me saludan e intentan que no le vea. Hago caso omiso y camino hacia la cama. La poca esperanza que habitaba en mí se desvanece a cada paso. Está enchufado a montón de cables, no puede moverse y le saludo. No puede hablar. No ha mirado a nadie. Le cojo la mano y me mira... Sonríe y de sus ojos emana una pequeña lágrima. Le beso la frente, me quedo un rato con él hasta que no aguanto más y salgo corriendo al baño...
Dieciséis, diecisiete, dieciocho... Veinticuatro. La esperada llamada. Mi casa suele estar en silencio, pero nunca de esta manera. Son las cuatro y cuarto de la tarde y yo estoy viendo la televisión en mi cuarto. Salgo de éste y me encuentro a mi padre al teléfono, mi madre y mi hermano están expectantes. Cuelga y lo que menos me esperaba oír.
- El abuelo ha muerto...
Todos corremos a abrazarle y se deshace como puede. Me llevo un pequeño golpe y corro a mi habitación para llorar a solas...



Comentarios
partysummer - hace más de 10 años
Vaya ritmo. Qué bien escrito y qué buen recuerdo para tu abuelo.
patete - hace más de 10 años
@partysummer la verdad es que me dolió muchísimo recordar ese momento, pero es una etapa de mi vida. Además, no me olvido de él, sigue estando en mis pensamientos día a día.
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