La teoría del dragón dormido XVI.
A partir de ese momento, los días me pesan muchísimo. Me levanto, voy a clase, hago pellas, fumo porros, bebo cerveza, vuelvo a casa, me tumbo sin hacer nada y veo la televisión todo el día para no pensar...
Y de repente ya es marzo... El tiempo ha pasado rápido, pero siento que no avanzo hacia ningún lado. He llegado al punto de levantarme a las diez de la mañana todos los días, bajo al recreo y me quedo todo el día fuera. Me siento inútil, aunque no hago absolutamente nada por evitarlo. Veo como mis padres se consumen poco a poco y se desviven por mí, intentan que salga adelante, que crezca como persona, que cambie... No duermen, mi madre llora casi todos los días, mi padre no me habla y aún así me llevan al hospital todos los meses a ver al psiquiatra...
Hago un esfuerzo por cambiar, pero todos mis intentos son fallidos. Miro a mi alrededor y todo está oscuro aquí dentro. Todo parece interminable, el dolor, las lágrimas, la sangre, todo. No dejo de levantarme una y otra vez, pero dentro ya está todo roto. ¿Qué más da? Me pregunto día a día...
Ya es junio y aún no he salido de nada de esto, es horrible. Pero cada vez veo más a María y me encanta. Su sonrisa me lleva lejos, igual que el frío en invierno, las tormentas en verano, el agua helada de un manantial... Me gustaría abrazarla cuando hablo con ella, pero hay algo que me lo impide, no creo que sea muy de abrazos...
- ¡Pato! Hola, ¿qué tal? -viene corriendo hacia a mí y me pregunta con el aliento entrecortado por el esfuerzo. Le respondo casi con un susurro y prosigue- ¿Te apetece quedar esta tarde? Tú y yo, y vemos una película o algo...
Evito mostrar mi emoción, pero estoy eufórica. Le contesto un sí demasiado emocionado para mí. Me sonríe y sale corriendo en la otra dirección despidiéndose con la mano... Me siento bien.



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